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REDACCIÓN
El olor penetrante a gasolina delató lo que minutos antes parecía un trayecto común. En una carretera del municipio de Malinalco, policías estatales interceptaron un vehículo que, lejos de circular con normalidad, intentó esquivar la presencia oficial con maniobras nerviosas.
La escena, breve pero tensa, terminó con un hallazgo que remite a una de las economías criminales más persistentes del país: el trasiego ilegal de hidrocarburos.
La intervención ocurrió durante un despliegue de vigilancia en la zona sur del Estado de México. Al marcarle el alto a un automóvil compacto, los uniformados realizaron una inspección preventiva.
Bastaron unos segundos para descubrir, entre los asientos traseros y la cajuela, una carga que no pasaba desapercibida: 14 garrafas de gran capacidad, repletas de un líquido inflamable con características similares a la gasolina.
El conductor, identificado como Eduardo “N”, de 34 años, no pudo explicar el origen ni acreditar la posesión legal del combustible. La falta de documentos y las contradicciones en su versión reforzaron las sospechas. En el lugar, los policías le informaron que el transporte de hidrocarburo de procedencia dudosa constituye un delito federal, tras lo cual fue asegurado.
Cada garrafa representaba un riesgo latente. Un accidente, una chispa o un descuido habrían bastado para convertir el vehículo en una trampa mortal. No es la primera vez que este tipo de cargamentos clandestinos circulan por caminos rurales, lejos de gasolineras y controles formales, pero cerca de comunidades expuestas al peligro.
El detenido fue trasladado, junto con el combustible asegurado, ante el Ministerio Público, donde se abrió una carpeta de investigación para definir su situación jurídica. Mientras tanto, la escena deja una postal inquietante: carreteras silenciosas, combustible robado y un negocio ilegal que sigue fluyendo, gota a gota, bajo la superficie.