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La ausencia de una estrategia integral y nula voluntad política convirtieron las vialidades deterioradas en un freno al financiamiento con elevados costos
REDACCIÓN
GRUPO CANTÓN
En el Valle de México, la competitividad se hunde entre asfalto roto, al cierre del año empresarios mexiquenses advierten que el deterioro de calles y avenidas, responsabilidad directa de los ayuntamientos, se ha convertido en un obstáculo estructural para la inversión y la operación diaria de las industrias.
Ante la inacción municipal, son las propias empresas las que terminan financiando reparaciones que no les corresponden.
La Asociación de Industriales Unidos por México, documenta que el sector privado destina entre 480 mil y 760 mil pesos al año por vialidad para bacheo y mantenimiento correctivo.
“No es apoyo voluntario, es una carga forzada. Aportamos cientos de toneladas de asfalto porque, de otro modo, nuestras operaciones colapsan”, señala Víctor Bustos Mendoza, vicepresidente de la organización.
El impacto va más allá de la molestia: unidades dañadas, retrasos en entregas y costos logísticos que se disparan.
Los parques industriales son el ejemplo más claro. En zonas donde el ayuntamiento se desentiende, como ocurre en algunos corredores del norte del Valle, las empresas asumen el bacheo para evitar accidentes y pérdidas. En contraste, donde existe coordinación municipal, el mantenimiento es constante. “La diferencia no es el presupuesto, es la voluntad del alcalde”, subrayan industriales.
Su dirección estima que cada calle deteriorada implica un gasto anual que podría destinarse a expansión, empleo o innovación. “Es un impuesto extraoficial que nadie legisla y todos pagamos por la negligencia municipal”, advierten.
La crítica empresarial apunta a un problema de gestión, no de recursos. No hay estrategia regional, ni calendarios de mantenimiento, ni planes de largo plazo. Los baches se reparan de forma reactiva —si se reparan— y vuelven a aparecer con cada temporada de lluvias.
El mensaje para inversionistas es inequívoco: operar aquí implica asumir costos que el gobierno elude.
Mientras los ayuntamientos permanecen inmóviles, la economía local absorbe el golpe. Las vialidades rotas se han vuelto el símbolo de administraciones que, lejos de impulsar el desarrollo, lo frenan. Y sin un cambio de rumbo, la inversión seguirá esquivando caminos que hoy están llenos de hoyos.
