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Pulque, luces y silencio

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Por Juan R. Hernández

En medio del ruido político cotidiano, el Congreso de la Ciudad de México aprobó una iniciativa que, sin estridencias, toca fibras profundas de identidad y territorio: declarar el primer domingo de febrero como el Día del Pulque. No es un gesto menor. Como bien apuntó el diputado Ernesto Villarreal Cantú del PT, reconocer al pulque es dignificar al tlachiquero, fortalecer la economía rural que abastece a la capital y defender al maguey, planta estratégica para el equilibrio ecológico del país. En tiempos donde todo parece desechable, revalorar una bebida ancestral es también defender una cadena productiva, una cultura viva y un saber que ha sobrevivido al estigma y al olvido.

Mientras el Legislativo mira al pasado para protegerlo, la ciudad se vuelca —como cada diciembre— al ritual de la ilusión. Santa Claus y los Reyes Magos ya tomaron Paseo de la Reforma, donde hasta el 6 de enero, de 10:00 a 23:00 horas, familias enteras acudirán a la Feria Artesanal Navideña. Fotos, trineos, renos y vendedores que invitan a “registrar la aventura” se mezclan con la esperanza de cerrar el año con sonrisas. Es la postal luminosa de una ciudad que, pese a todo, insiste en creer.

Pero no todo es celebración. En el reverso de la postal navideña, imágenes difundidas en redes sociales exhiben presuntas condiciones inhumanas en el llamado Refugio Franciscano: animales en desnutrición, insalubridad y maltrato físico y psicológico. Si lo documentado es cierto, el silencio institucional sería inaceptable. La capital que presume derechos —también para los seres sintientes— no puede mirar hacia otro lado.

Así, la ciudad transita entre el orgullo de sus tradiciones, la magia decembrina y las urgencias éticas que no admiten aplazamientos. Celebrar el pulque y la Navidad está bien; garantizar dignidad y justicia, también. Y eso, a diferencia de las ferias, no debería ser estacional.

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