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Por Salvador Guerrero Chiprés
Diciembre llegó con energía cívica. Sin importar si el motivo es político, cultural o devocional, miles de personas confluyen en la convicción del derecho a ocupar el espacio público.
En ese registro debe entenderse lo ocurrido el fin de semana en el Zócalo y la concentración por venir en la Basílica de Guadalupe. Expresiones simultáneas de pertenencia ciudadana que combinan fervor y convicción, símbolos religiosos y democráticos, devoción y proyecto nacional.
Durante la celebración de los 7 años de la 4T, la Presidenta Claudia Sheinbaum sintetizó una realidad política: “Que nadie se equivoque, los jóvenes en su mayoría están con la transformación de la vida pública de México”. Y una advertencia a manera de diagnóstico y síntoma del clima político actual. “En los meses recientes nuestros adversarios políticos se han dedicado a construir realidades virtuales en las redes sociales, en las columnas de opi-nión, que nada tienen que ver con el momento de transformación que vive México”.
La Presidenta llegó al templete respaldada por una aprobación del 74 por ciento, producto no de disciplina partidista ni euforia heredada, sino de una secuencia de decisiones de impacto positivo, como el salario mínimo creciente.
En paralelo, la otra gran expresión colectiva ocurrirá esta semana en la Basílica, donde millones de peregrinos iniciarán el ciclo de festividades decembrinas.
Ambos eventos, el político y el religioso, comparten una ciudad anfitriona de celebraciones con sentido de comunidad. En ambos casos, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, es clave para una convivencia sin sobresaltos, con apertura y orden, sensibilidad social y operación institucional.
Escenarios diferentes con una misma raíz: la voluntad colectiva de salir a la calle, caminar juntos, celebrar. Lo político se vuelve festivo y lo festivo se vuelve cívico. Son las fiestas decembrinas.
