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Por Eduardo López Betancourt
Salvo casos graves
En distintas demarcaciones de la Ciudad de México, fiscales del Ministerio Público recomiendan a las víctimas no denunciar los delitos que han sufrido, salvo, según se comenta, en casos de homicidio o lesiones de gravedad.
Mientras los robos, extorsiones y agresiones aumentan, las autoridades desalientan la presentación de denuncias con frases recurrentes:
“Perderá su tiempo… podría irle peor con los delincuentes, son grupos bien organizados… además, ya no hay información, será imposible encontrarlos.”
Este tipo de respuestas se ha vuelto una práctica común para negar el acceso a la justicia y evitar el registro de nuevos casos.
Los asaltos a mano armada, los ataques a vehículos y los llamados “monta choques” ocurren con absoluta impunidad. Todo apunta a una estrategia destinada a mantener bajas las cifras oficiales y permitir que los políticos presuman una supuesta reducción en la delincuencia.
En las inmediaciones de los bancos, pandillas operan con precisión, vigilando a quienes retiran dinero para despojarlos de sus pertenencias. Portar un reloj o cualquier objeto de valor se ha convertido en un riesgo.
La ineficiencia policial es evidente. Pese a los discursos oficiales, las corporaciones carecen de capacidad y recursos suficientes para enfrentar el problema. Las zonas urbanas viven bajo un constante clima de inseguridad, y la mayoría de los delitos nunca llega a los tribunales.
Cuando alguno logra abrirse paso en el sistema judicial, el desenlace suele ser el mismo: jueces de control que liberan a los implicados, alimentando la percepción de impunidad. El crimen crece al amparo de la complacencia y la complicidad institucional, mientras la ciudadanía queda abandonada a su suerte. Definitivamente ha sido una circunstancia histórica, más los hombres del poder, siempre prometen cambios, los cuales resultan invisibles; el discurso será siempre el mismo: “…ahora si acabaremos con la corrupción…” “…ahora si se hará justicia…” pero todo ello, son palabras huecas, se “cambian a los de arriba” pero las “infanterías, las mafias siguen siendo las mismas”. En buena medida es explicable ello, porque los altos mandos son improvisados, inexpertos, al fin, políticos impreparados. Se reclaman capaces y preparados fiscales en todos los niveles.