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Por Eduardo López Betancourt
Sin duda, el mundo del litigio se encuentra de luto. Recientemente, de manera artera, fue asesinado el abogado David Cohen, quien acababa de salir del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México (TSJCDMX).
El abogado Cohen era un profesionista exitoso; en su cartera se encontraban asuntos de especial relevancia, donde los intereses en juego eran intensos y las cantidades involucradas ascendían a miles, e incluso millones de pesos.
Cohen, sin duda, era un abogado capaz en su rama jurídica, pero lo que más le beneficiaba era su cercana amistad con Rafael Guerra Álvarez, Presidente del TSJCDMX. En el mundo del derecho es bien sabido que Guerra mantiene “despachos consentidos”, en los cuales, se asegura, incluso se preparan sentencias que posteriormente son entregadas a jueces y magistrados afines para su simple publicación.
El licenciado Cohen salía, a una hora inusual, de entrevistarse con Rafael Guerra; seguramente trataban asuntos relacionados con litigios en los que, según versiones generalizadas, existía una relación de comunicación y entendimiento mutuo sobre temas de interés.
Guerra se ha caracterizado, durante sus años como presidente del Tribunal, por no recibir a nadie fuera de su círculo de simpatías.
Existen múltiples testimonios de personas que han solicitado audiencia por escrito sin éxito. Este fenómeno fue cotidiano hasta el pasado mes de septiembre, periodo en el cual, Guerra fue señalado como uno de los principales artífices de esas prácticas. Resulta inexplicable que continúe en su cargo, pese a la larga lista de señalamientos por inmoralidad y nepotismo.
Guerra avanzó rápidamente en su carrera judicial. Se le conoció como un modesto agente del Ministerio Público, de aquellos que solían ser llamados “centaveros”. Llegó a ser juez y presume haber sido docente en la FES Aragón, asegurando poseer el grado de doctor en derecho. También se declara aficionado a la tauromaquia y gusta mencionar que fue “novillero”.
La muerte del licenciado Cohen debe interpretarse como un mensaje sobre las malas prácticas que aún persisten. Es momento de realizar una limpia total y erradicar ese vicio que permite a los presidentes del Tribunal litigar mediante sus propios despachos.
La nueva administración de justicia, tanto en la Ciudad de México como en el ámbito federal, reclama respeto, capacidad y honestidad, y exige que se ponga fin a la existencia de “bufetes consentidos”, donde cínicamente se resuelven los asuntos en beneficio del mejor postor.
