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El huachicol y las noches sin sueño de Claudia

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Por Sabina Berman

El huachicol es una muestra de lo que he venido llamando en esta columna el Segundo Gobierno: la red de burócratas corruptos extendida a lo largo y lo ancho de la gigantesca burocracia nacional: burócratas que con una mano trabajan para el Estado y con la otra para sí mismos, vendiendo a empresarios y criminales lo que no es suyo, los bienes comunes de la nación.

Un Segundo Gobierno que es transexenal: los gobiernos se van y se llevan a sus burócratas ladrones, pero como el Gran Capital y el Crimen corruptores permanecen, al llegar los nuevos burócratas de un nuevo gobierno, los corrompen.

El huachicol –el robo a PEMEX—empezó a ser masivo en tiempos del priato, e involucró desde entonces a empresarios privados, nacionales y norteamericanos; a funcionarios de la empresa estatal; a empleados de distintos escalafones; y a los soldados encargados de vigilar sus ductos.

Sin el concurso de todos estos elementos simplemente no hubiera podido ocurrir.

Famosamente, el líder del sindicato petrolero Carlos Romero Deschamps, tenía su propio ducto en PEMEX. Las fotos muestran no un cilindro delgado, muestran un cilindro de tres metros de diámetro y de kilómetros de largo. Por ese ducto el líder extrajo de PEMEX una fortuna multimillonaria en crudo.

En su momento lo publicó la revista Proceso. El resto de la prensa lo calló. El gobierno priista no hizo nada.

Ana Lilia Pérez, la mayor experta en el asunto del huachicol, ha narrado en su libro El Cartel Negro, como en tiempos de Fox y Calderón el saqueo aumentó y se sofisticó.

En aquellos años del panismo, el saqueo adquirió además un aire patriótico. La intención era demostrar que lo estatal es por definición inoperante, así que los funcionarios estatales se dieron a la tarea de robar.

El mismo secretario de gobernación calderonista, Juan Camilo Mouriño, participó con socios españoles en la matanza de la otrora gallina de huevos de oro.

Por esos años, Ana Lilia Pérez y sus delaciones en Proceso y Contralínea –y en una sucesión de libros de detalle enciclopédico–, la volvieron peligrosa para los ladrones del Segundo Gobierno. Recibió amenazas de muerte y tuvo que escapar del país.

El presidente Peña tuvo el mismo plan que los panistas: matar a la gallina de oro para subastar sus plumas a privados, y propició igualmente el saqueo “patriótico” de Pemex.

En aquellos años sorprendió la noticia de que el líder de los senadores priistas, Emilio Gamboa Patrón, arrendaba a Pemex una plataforma petrolera en el mar. ¿Cómo junta un senador el dinero para poder explotar una plataforma petrolera?

La prensa y presidente Peña trataron la noticia como parte de la picardía mexicana, y el senador siguió gozando de sus ingresos de jeque petrolero.

Andrés Manuel López Obrador ha contado que por esos años peñistas leyó el Cartel Negro de Ana Lilia Pérez, entonces aún en el exilio, subrayándolo con tinta azul. Cuando en el año 2018 llegó a la presidencia, su firme intención fue revivir a la gallina petrolera, entre otras cosas poniendo a salvaguardarla a la Marina.

¿Por qué a la Marina?

Muy sencillo, porque era la única burocracia limpia del país.

Pero los marinos encargados de cuidar a PEMEX se volvieron también sus saqueadores.

Lo que ilustra lo dicho sobre el Segundo Gobierno: se van los burócratas pillos de un gobierno y llegan los burócratas del nuevo gobierno, pero como el Gran Capital y el Crimen corruptores permanecen, pronto los corrompen.

Los marinos no solo se corrompieron. Bien preparados y disciplinados, volvieron más eficiente y elegante la corrupción. Idearon el huachicol fiscal.

Nada de ensuciarse los uniformes blanquísimos agujerando ductos o robando y regenteando plataformas a medio mar: el saqueo se convirtió en pulcro papeleo: los marinos en las aduanas firmaban de recibidos miles de litros de aceite, que no causa impuestos, y en realidad dejaban pasar petróleo.

¿Supo López Obrador de la perversión de los marinos?

Lo más seguro es que sí. La corrupción de los marinos aduaneros fue vox populi a lo largo de los últimos años de su mandato.

Y de haberlo sabido el presidente, es también probable que decidió hacer como si no lo sabía, abrumado tal vez porque la única burocracia limpia del país se le había podrido.

¿Cómo gobernar a un país en el que la corrupción se contagia a los funcionarios como el sarampión?

Porque no, la corrupción no tiene partido, lo dicho: es transexenal, y eso porque así lo es el sistema que la auspicia, y cuando periodistas facciosos insisten hoy en adjudicársela entera a un partido, en realidad trabajan para que la corrupción solo cambie de beneficiarios.

¿Qué se hace pues para desaparecer al Segundo Gobierno?

La pregunta debe estar tomándole a la presidenta algunas horas de sueño cada noche…

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