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Por Eduardo López Betancourt
Sin duda alguna, hay lugares en el mundo que han dejado una huella indeleble, y entre ellos, de manera esencial, se encuentra Francia, y de forma particular, su capital, París.
Francia ha sido protagonista de hechos históricos que transformaron a la humanidad. Desde la Edad Media hasta la actualidad, ha impulsado cambios humanitarios y políticos de enorme relevancia. París, como centro neurálgico de la Nación, ha sido el escenario y testigo de muchos de estos acontecimientos.
La capital francesa tuvo su origen en un asentamiento en la Île de la Cité, fundado en el siglo III a.C. por la tribu celta de los parisii. Posteriormente, en el año 52 a.C., fue conquistada por los romanos, quienes la llamaron Lutetia. Durante la Edad Media, París llegó a ser la ciudad más grande de Europa, con más de 200,000 mil habitantes. Ya en el siglo XII, la Universidad de París gozaba de gran prestigio y la majestuosa Catedral de Notre Dame se levantaba como símbolo de fe y poder.
El Renacimiento trajo consigo una etapa de esplendor, especialmente bajo el reinado de Francisco I, y alcanzó un brillo incomparable con la construcción del imponente Palacio de Versalles.
La Revolución Francesa de 1789 marcó un parteaguas en la historia de la humanidad. Allí nacieron los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que siguen siendo referencia fundamental para las sociedades modernas. Francia se convirtió así en un bastión de los valores universales y las aspiraciones legítimas de libertad, igualdad y fraternidad.
Hablar de Francia es también referirse a Napoleón Bonaparte, un auténtico genio militar y político que expandió su imperio por gran parte de Europa a inicios del siglo XIX. Más tarde, el país desempeñó un papel clave en las dos guerras mundiales, donde lamentablemente sufrió enormes pérdidas humanas y materiales.
Hoy, Francia, y en especial París, son considerados centros esenciales de la cultura universal. Su república democrática mantiene una influencia mundial constante. Visitar Francia, en especial Paris, es un privilegio: en sus calles se respira libertad, y sus museos, monumentos y rincones históricos no tienen paralelo.
Bien lo expresó Enrique IV al convertirse al catolicismo para acceder al trono: “París bien vale una misa”. Una frase que resume el valor, el deseo y el honor que representa estar en la capital francesa.