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Por Eduardo López Betancourt
Sencillez transformada en soberbia
En el mundo de Walt Disney se nombró fiscal a un modesto y humilde sapo, quien, en cuanto asumió el cargo, comenzó a inflarse. Su sencillez se transformó en soberbia y, peor aún, terminó convirtiéndose en el más corrupto del reino.
Tal fue su osadía, que se dedicó, cual policía nazi, a investigar y armar carpetas contra todos los animales, incluso contra el propio mando. Así, el sapo se volvió intocable y utilizó la institución para perseguir a sus enemigos y críticos, cometiendo todo tipo de abusos.
No mostró piedad ni siquiera hacia sus familiares, a quienes descarada y perversamente despojó de su herencia. Fue cruel incluso con las damas más bellas, manifestando su odio en múltiples formas. Nadie logró detenerlo ni moderar sus acciones infernales. El sapo acumuló una fortuna inconmensurable, mientras su hija se encargaba de enviar dinero fuera del reino.
Otro aspecto relevante es que jamás combatió la criminalidad; por el contrario, se alió con animales mafiosos, traidores y criminales de alto rango. Sus amenazas eran constantes, contundentes y sistemáticas. Con el tiempo dejó de dar la cara, apareciendo solo de vez en cuando para decir mentiras, pero el castigo lo alcanzó: terminó encerrado en su cueva, objeto del odio generalizado. No solo era rechazado por su fealdad, sino también por la estela de crímenes que iba dejando.
Sin duda, la historia del sapo es triste y lamentable. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. Lo cierto es que algún día el sapo tendrá que marcharse. Cuando se anunció su muerte, la noticia provocó una gran alegría, pero, por desgracia, resultó ser falsa.