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Por Jorge Gómez Naredo
@jgnaredo
En México, en los últimos siete años, muchas cosas han cambiado. El país ya no es el mismo. Han surgido transformaciones y esperanzas. Somos la misma nación, pero profundamente distinta.
En primer lugar, hay que señalar que el pueblo mexicano ha vivido un proceso de politización pocas veces visto. La gente está más atenta a lo que sucede en la vida pública: habla de política, discute, opina sobre las acciones del gobierno. Cada vez está más cerca de quien dirige al país, pues de lunes a viernes esa persona le habla al pueblo a través de la conferencia de prensa mañanera. Esto representa un avance que ha permitido ampliar la democracia en México.
El país también es diferente por el cambio en la política social: lo que antes se gastaba en corrupción, hoy se invierte en la gente. Millones de personas reciben al menos un apoyo social. Eso ha significado una revolución en lo social y una base sólida para fortalecer nuestra economía. Invertir en la población ha hecho que México sea menos vulnerable a los vaivenes de la economía internacional.
Nuestro país ha cambiado porque no solo se transformaron los poderes Legislativo y Ejecutivo, sino también el Judicial. Y eso, sin duda, generará más transformaciones en la vida cotidiana, pues fue precisamente el viejo Poder Judicial el que, en muchos sentidos, perpetuó prácticas corruptas.
México se ha transformado. Claro que todavía falta mucho para llegar a ser un país donde la justicia, la equidad y la igualdad formen parte de toda la vida cotidiana. Pero va por buen camino. Y la gente lo percibe. Basta ver los actos a los que asiste Claudia Sheinbaum: están llenos de ciudadanos que le agradecen por continuar y consolidar la Cuarta Transformación.
Mientras todo esto ocurre, la oposición permanece obsesionada con presentar una imagen del país muy alejada de lo que realmente vive el pueblo. No han entendido que, de seguir así, están condenados a perder una y otra vez en las urnas y a ser siempre rechazados.
