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Por Jorge Gómez Naredo
@jgnaredo
La semana pasada ocurrió en la Cámara de Diputados un hecho lamentable: el senador y dirigente del PRI, Alejandro Alito Moreno, junto con otros dos legisladores, subió a la tribuna y agredió al -hasta hace unos días- presidente de esa Cámara, Gerardo Fernández Noroña.
La agresión fue videograbada desde distintos ángulos y no queda ninguna duda: quien inició la trifulca fue el dirigente del PRI. Él subió a un sitio en el que no debía estar. Él comenzó a injuriar a Fernández Noroña. Él lo empujó. Él aventó a un trabajador de la Cámara de Senadores, lo tiró al suelo y, ya estando ahí, le propinó varios puntapiés. Él estaba completamente fuera de sí.
Quien haya visto el video pudo constatar con claridad todo lo narrado hasta ahora. No hay lugar a dudas: en esas imágenes quedó registrado, nítidamente, lo sucedido.
Sin embargo, buena parte de los medios de comunicación emprendieron una estrategia para limpiar la imagen de Alito. Primero afirmaron que quien había comenzado la pelea no fue el dirigente del PRI, sino Fernández Noroña. Era una vil mentira. Al no lograr el efecto deseado, intentaron suavizar la narrativa diciendo que Alito no había sido “tan violento”. El ejemplo más claro fue Ciro Gómez Leyva, quien calificó la agresión del dirigente priista como simples “empujones”.
Pero al revisar el video, esa versión era insostenible. Entonces, los mismos medios recurrieron a otra salida: afirmar que Fernández Noroña “se lo merecía”, pues como presidente del Senado había sido grosero. Una afirmación muy debatible, ya que el morenista en ningún momento faltó al respeto a los demás senadores.
Así, los medios, en lugar de transmitir información confiable, decidieron montar una campaña para limpiar la imagen de Alito.
Este episodio deja en evidencia la pobreza ética de buena parte de la prensa, que se olvidó de su función de informar para convertirse en cómplice de Alito, un personaje que solo puede describirse con una palabra: impresentable.
