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Por Ricardo Sevilla
Infelizmente, la violencia política en México se ha intensificado.
Y aunque los encontronazos, lamentablemente, han sido una constante en la historia política mexicana, la cerrilidad de personajes como Alejandro Moreno Cárdenas la exacerban.
¿A qué me refiero?
Alito ha agredido física y verbalmente a Gerardo Fernandez Noroña, uno de los tribunos más enérgicos y completos del actual concierto político.
Este facineroso prefirió renunciar al debate y se inclinó por la agresion.
No es un asunto anecdótico ni menor.
Se trata de la agresividad del líder nacional de un partido político: del PRI, un partido que, para bien o para mal, forma parte de la historia de este país.
Me pregunto qué dirían del descontrol de su líder nacional personajes en la historia de la da agrupación política.
No es cualquier partido. Es la institución que dominó la política mexicana durante más de 70 años, desde su fundación en 1929 hasta el 2000.
Durante este largo periodo, el partido y sus líderes jugaron un papel central en la construcción del Estado moderno mexicano.
Y ayer, Alejandro Moreno Cárdenas ha echado por la borda a se legado.
No se trata de un mero encontronazo entre dos figuras públicas. Es un síntoma grave de la crisis de la política mexicana, donde la violencia física y verbal se ha vuelto una herramienta recurrente.
La lamentable actuación de Moreno Cárdenas encapsula la degradación del debate político y plantea serias preguntas sobre el estado actual de las instituciones democráticas y el legado del partido que forjó gran parte del México moderno.
Es la manifestación de una tendencia preocupante: la sustitución del argumento por la agresión.
Dejémonos de tonterías: la narrativa de que la agresión fue una respuesta a una supuesta provocación es insostenible ante los hechos.
El líder del PRI, cuya imagen de por sí ya estaba degradada, ha descendido hasta el subsuelo de la abyección.
Moreno Cárdenas debería saber que la violencia física es inaceptable y, en el caso de líderes políticos, constituye un abandono de su deber de representar y debatir.
Lamentablemente, a puñetazos, Alito ha hundido al PRI.