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Por Ricardo Sevilla
¡Qué terrible! ¡Qué lamentable!
Que un personaje sin experiencia en el servicio exterior sea colocado como embajador en Italia pone en evidencia que, en la política mexicana, sigue pesando más la meritocracia, el amiguismo y las redes de poder.
Y hay que decirlo, aunque algunos (o muchos) respinguen las narices.
Genaro Lozano, quien carece de la menor formación y experiencia para representar a México en el extranjero, fue designado por encima de miles de profesionales que sí cuentan con las credenciales necesarias.
¡Y ese es el problema de fondo!
¿De quién fue el consejo? ¿Quién lo arropó?
Este nombramiento, lamentablemente, parece una suerte de recompensa política más que una decisión pensada y basada en el las auténticas capacidades que debe tener un diplomático.
Me pregunto ¿qué dirán los aspirantes y miembros del Servicio Exterior Mexicano (SEM), un cuerpo profesional que se ha dedicado a formarse para ocupar precisamente este tipo de puestos?
¿En serio, Lozano? ¿Cuáles son sus atributos intelectuales o diplomáticos? ¿Tercer Grado? ¿Televisa?
Y es que, mientras el nombramiento de este conductor de televisión se hacía público, el Concurso Público de Ingreso al SEM cerraba su registro, con casi 4,000 mexicanos aspirando a ingresar a la carrera diplomática.
Quizá no a muchos les importe que estos aspirantes, en su mayoría jóvenes, hayan dedicado años de estudio a la política exterior, el derecho internacional, la economía, la historia.
Yo, más que certezas, tengo muchas dudas.
¿Qué mensaje es este? ¿Que aquellos que no tienen acceso a círculos de poder, por más preparados que estén, enfrentan un muro invisible que les impide avanzar en sus carreras?
¿Por qué dejar de lado a personas que han invertido tiempo y recursos en prepararse para una competencia rigurosa y exigente? Yo, la verdad, francamente no lo comprendo.
Desgraciadamente, la diplomacia, que debería ser un reflejo de la diversidad de la nación, termina por convertirse en un coto privado para unos cuantos.
