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Por Juan R. Hernández
En Iztapalapa, parece haber un divorcio en puerta entre la alcaldía y el gobierno de la Ciudad de México. Las diferencias quedaron claras en los foros y debates contra la gentrificación, especialmente en la Utopía Ixtapalcalli, donde la alcaldesa Aleida Alavez llegó tarde y se retiró temprano, alegando problemas de agenda.
La tensión se disparó cuando sectores oriundos de la demarcación identificaron en el público a miembros de la Unión de Lucha Vecinal del Valle de Anáhuac, organización vinculada a la vivienda y liderada por Armando Contreras Luna y Francis Pirín, esposa de Contreras y directora de Inclusión y Bienestar Social de la alcaldía. Esta organización, surgida tras el terremoto de 1985 y cercana a Alavez, genera discrepancias al interior de la 4T por su relación con campañas políticas del PRI y PAN y por prácticas sociales al borde del marco legal.
Mientras tanto, otro abandono nos duele a los universitarios: el Auditorio Justo Sierra, donde muchos crecimos entre Cine debates y presentaciones culturales, hoy es un espacio en ruinas. Ocupado desde hace más de dos décadas por colectivos autodenominados autónomos, el auditorio se ha transformado en dormitorio, comedor y, según denuncias, foco de inseguridad y presunta actividad ilícita.
Académicos de Filosofía y Letras expresan su frustración por no poder usarlo, mientras estudiantes reclaman su devolución inmediata.
Voces divididas defienden la toma como resistencia frente a una universidad elitista, pero otros insisten: “No se trata de criminalizar la protesta, sino de recuperar un espacio que pertenece a todos”, dice una estudiante de Letras Hispánicas. Entre la gentrificación de Iztapalapa y el abandono de espacios universitarios, la pregunta persiste: ¿quién realmente cuida y gestiona los lugares que nos pertenecen?