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Por Pedro Linares Manuel
Una noche solitaria, Jacob huyó al desierto. Exhausto, se recostó sobre una piedra y tuvo un sueño: una escalera surgía de la tierra y tocaba el cielo, y por ella subían y bajaban ángeles. En lo alto, el Eterno le hablaba, renovando con él la promesa de su linaje. Al despertar, Jacob exclamó sobrecogido: “¡Cuán temible es este lugar! No es otra cosa que la casa de Dios y puerta del cielo”. Aquel sitio fue llamado Betel: el umbral entre lo visible y lo invisible.
La masonería toma esta imagen como uno de sus símbolos más poderosos y misteriosos. La escalera de Jacob no es sólo un puente entre el hombre y lo divino, sino el mapa secreto del alma que asciende desde la ignorancia hasta la sabiduría, desde el polvo hasta la luz. Cada peldaño representa una virtud, un desafío interior, una iniciación silenciosa que purifica el alma del aprendiz.
PROCESO DE VIDA
Subir esta escalera no es tarea de un día. Es un proceso de vida entera. Comienza con el despertar espiritual —cuando el corazón se cansa de lo superficial— y continúa con el trabajo consciente sobre uno mismo. Cada escalón conquistado es una pasión vencida, una herida sanada, una verdad encarnada. Caso simbólico: el despertar de Jacob.
Jacob no era un iniciado. Huía de sus culpas, de sus errores, de su hermano a quien había engañado. Pero en el momento más oscuro, en medio del desierto, tuvo su revelación. No en un templo dorado ni rodeado de sabios, sino sobre una piedra, solo, herido y tembloroso. Allí comenzó su ascenso. El sueño le reveló que aún con su historia imperfecta, Dios le hablaba. Que su camino, aunque torcido, podía ser rectificado. Que en su interior había una escalera escondida hacia la divinidad.Jacob se convirtió así en el arquetipo del iniciado: no el perfecto, sino el que busca. No el puro, sino el que decide purificarse. Y su escalera no se desvaneció con el sueño: se convirtió en símbolo eterno de la humanidad que quiere elevarse.
ENSEÑANZA FINAL
En un mundo lleno de ruido, prisas y máscaras, todos necesitamos nuestra escalera de Jacob. Cada uno, desde su desierto personal, puede detenerse, cerrar los ojos, y comenzar a subir. El alma del ser humano no ha venido al mundo para arrastrarse en la superficie, sino para ascender, peldaño a peldaño, hasta tocar las estrellas. Y en este ascenso, el masón no camina solo: lleva consigo la luz del símbolo, el legado de sus antepasados y la certeza de que, al final de la escalera, la piedra que fue almohada se convierte en altar.
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