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Por Eduardo López Betancourt
Se transforman las relaciones
La modernidad ha traído consigo un sinnúmero de ventajas, pero también ha generado circunstancias no deseadas o, peor aún, contrarias a una vida plena y a los principios más elementales de la moral. Entre los avances más notables se encuentran los relacionados con la comunicación. Hoy son pocos los rincones del planeta donde no es posible establecer contacto a larga distancia. Los aviones, los trenes de alta velocidad y las carreteras modernas representan logros indiscutibles para la humanidad. En este mismo contexto, la tecnología nos ubica con exactitud geográfica y temporal, aunque existan excepciones. Hemos llegado incluso a desarrollar vehículos autónomos, capaces de desplazarse, en ocasiones con mayor seguridad que un conductor humano, sin la intervención directa de una persona. Los beneficios son innumerables, muchos de ellos inimaginables décadas atrás. El teléfono inteligente, por ejemplo, nos conecta en tiempo real con personas en cualquier parte del mundo. A través de él realizamos negocios, compartimos momentos con seres queridos y nos mantenemos al tanto de cuanto ocurre. Todo esto parece casi increíble. Sin embargo, en esta misma era digital se han transformado también las relaciones amorosas. Hoy resulta común que dos personas mantengan una relación afectiva sin recurrir a las formalidades del matrimonio. En especial entre las nuevas generaciones, es habitual tener pareja sin compromisos legales o religiosos. Esta realidad, cada vez más frecuente, es vista con naturalidad tanto en el ámbito familiar como en el social. El matrimonio se ha vuelto la excepción y, cuando llega a concretarse, su disolución suele producirse en un lapso breve. Amar, en la actualidad, puede convertirse en una experiencia pasajera, sin mayores trámites ni responsabilidades. Se vive el afecto de manera intensa, pero también fugaz. Así, muchas personas comparten una vida conyugal por un tiempo limitado y luego inician una nueva etapa con otra pareja. Esta práctica se ha vuelto un patrón común de nuestro tiempo. No se trata de emitir juicios o condenas, sino de reflexionar. ¿Es esto lo mejor? ¿Debe el amor reducirse a algo tan breve como “el vuelo de un ave”? Por supuesto, existen casos excepcionales que merecen reconocimiento: parejas y matrimonios que han perdurado por años, a menudo en beneficio de los hijos y del vínculo profundo que han sabido construir.