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Ricardo Sevilla
Todo mundo se queja del narcotráfico. Es natural. Pero pocos son quienes ponen manos a la obra para desterrarlo de la vida social.
Y es que enfrentar el narcotráfico y abatir el crimen organizado en México, y en todo el territorio nacional, requiere de una estrategia integral y multifacética que combine acciones en los ámbitos social, político y cultural.
Pero eso no quieren entenderlo en la derecha. Entre ellos, desgraciadamente, impera la cerrazón.
Brindar educación de calidad y mayores oportunidades laborales, especialmente a jóvenes en situación de vulnerabilidad, es fundamental para ofrecer alternativas a la delincuencia.
Esto incluye programas de becas, capacitación técnica y fomento del emprendimiento.
Y eso lo está haciendo, en mayor o menor medida, con resultados variables, el gobierno que encabeza Claudia Sheinbaum.
Los obcecados críticos de este gobierno cierran los ojos ante los (muchos) programas de desarrollo social cuyo objetivo es reducir la desigualdad.
Ese tipo de programas les parecen minucias.
López Obrador decía que hay que enfrentar las causas. Y eso hizo el gobierno de AMLO –y eso es lo está haciendo el gobierno de Sheinbaum– al abordar la pobreza, la marginación y la falta de servicios básicos en comunidades vulnerables.
Esto implica inversión en infraestructura, salud, vivienda y acceso a servicios públicos.
Pero a la comentocracia esas estrategias le parecen poca cosa.
Desde su ramplonería, se encogen de hombros ante el fortalecimiento de los programas de prevención y tratamiento de drogadicción. Prefieren la denostación y los estigmas.
Siguiendo a pie juntillas sus tabúes, desdeñan que los gobiernos se enfoquen en el uso de drogas como un problema de salud pública y no solo como un asunto penal.
Desafortunadamente, a los deshumanizados conservadores les importa un comino explorar los mecanismos de reconciliación social. ¿Será que buscan la guerra y no la reconciliación?