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Por Jorge Gómez Naredo
@jgnaredo
El sábado pasado, en casi todas las ciudades de Estados Unidos, miles de personas marcharon en contra de Donald Trump.
Las políticas que ha impulsado el mandatario generan un creciente rechazo. Primero fueron sus decisiones en materia económica: la imposición de aranceles a cientos de países no ha producido los resultados esperados. Por el contrario, ha provocado aumentos en los precios de productos.
Después vino su política antiinmigrante, que ha provocado no sólo el rechazo de las personas indocumentadas que viven en Estados Unidos, sino también de las empresas que las emplean y de amplios sectores de la sociedad. Trump ha sostenido durante mucho tiempo un discurso abiertamente hostil hacia los migrantes. Los ha criminalizado, ha dicho que son delincuentes y que representan una amenaza para el país, afirmaciones completamente falsas.
Millones de personas trabajan en Estados Unidos sin documentos migratorios. Sin embargo, esas personas contribuyen significativamente a la economía y a la cultura del país. Realizan labores que muchos ciudadanos estadounidenses no están dispuestos a hacer: nuestro vecino del norte difícilmente podría sostener su estatus de potencia mundial, ni siquiera como una nación viable económicamente.
En lugar de reconocer ese esfuerzo, Trump ha emprendido redadas inhumanas contra los migrantes indocumentados. Estos operativos no solo ocurren en las calles, sino también en los centros de trabajo. Hace unas semanas, en Nebraska, autoridades migratorias detuvieron a más de 100 en una empresa.
Trump se encuentra en una situación compleja: el rechazo popular crece, y sus propias políticas están dañando a Estados Unidos. Sin duda, ese país que ha sido potencia económica y hegemonía mundial durante las últimas décadas, atraviesa una etapa de decadencia. Y en buena medida, la responsabilidad recae en Trump, que cada día se hunde más en el abismo.