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Por Pedro Linares Manuel
El paso del mundo profano a lo sagrado.
No toda puerta conduce a lo sagrado. No todo ingreso es auténtico. En la masonería, la entrada al templo simboliza mucho más que un simple cruce físico: es un acto consciente, profundo, que separa el mundo profano del espacio sagrado. Es el umbral entre el ruido exterior y el silencio interior, entre lo automático y lo reflexivo, entre el vivir sin propósito y el vivir con sentido.
Antes de cruzar el umbral, el iniciado se detiene. Se le pide reflexionar: ¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Qué estoy dispuesto a dejar atrás para entrar con humildad y disposición? Esta pausa representa la primera gran enseñanza: el verdadero viaje no comienza al caminar, sino al decidir despertar.
ESPACIO DE LO ETERNO
El mundo profano es lo cotidiano, lo que distrae y fragmenta. Es donde la prisa manda, donde el ego se adorna, donde lo superficial reina. El templo, en cambio, simboliza el espacio de lo eterno, lo profundo, lo verdadero. Al entrar, uno no ingresa a una sala: ingresa a sí mismo. El templo exterior es reflejo del templo interior.
Por eso el iniciado se despoja de títulos, de adornos, de distracciones. Deja atrás lo que pesa y se prepara para lo esencial. Allí dentro, cada palabra pesa, cada símbolo habla, cada gesto significa. La masonería no exige adoraciones externas, sino que invita a descubrir la divinidad que habita en cada ser… si decide construirse desde dentro.
DE ESPECTADOR A CONSTRUCTOR
La entrada al templo es el compromiso con la obra más compleja: la del alma. Es un paso del simple espectador al constructor consciente. Porque lo sagrado no reside en el mármol ni en el altar, sino en la conciencia transformada, en la voluntad alineada, en la mirada que se ilumina. Entrar es abrirse a una nueva visión del mundo y del propio ser.
Hoy, querido lector, te invito a preguntarte: ¿ya tocaste la puerta de tu propio templo? ¿Ya diste ese paso del mundo profano al espacio sagrado dentro de ti? Tal vez hoy sea el momento de cruzar ese umbral. Y descubrir que el templo más sagrado no es otro que tú mismo… cuando decides habitarte con luz, propósito y un corazón dispuesto a transformar.