502 lecturas
Por Sabina Berman
En el año 2017 la Izquierda se dispuso a ganar las siguientes elecciones presidenciales. No había gobernado desde tiempos de Lázaro Cárdenas. La estrategia que propuso Andrés Manuel López Obrador, su candidato, fue dejar subir a su tren a quien quisiera subirse.
Y se subieron borregos, víboras y burros, entre mucha gente decente.
Solo gracias a eso se ganó la presidencia.
Ya durante el sexenio, la estrategia de Súbase quien quiera continúo. La idea era capturar la mayoría del Poder en el país. Si por ejemplo Morena no tenía un cuadro popular en Yucatán, se le daba su etiqueta a un panista que podía ganar –y ese gobernaba.
En el 2021 en la CdMx Claudia Sheinbaum, entonces jefa de gobierno, se pone severa y no acata la estrategia nacional de su partido. Aparta a cualquiera con fama de corrupto. Y la Izquierda en la CdMx pierde gran parte de las alcaldías: la moraleja que se desprende es que aún deben ser tiempos para el Súbase el que quiera.
Y en el año 2024 y con la estrategia de la laxitud moral, Claudia arrasa en las urnas –y Morena también. Los electores le dan a la Izquierda la presidencia y el Congreso y el apoyo para desmantelar al Poder Judicial, el último bastión de la Derecha.
Entonces empieza a crecer en la Izquierda la idea de que es tiempo de cambiar de época y de estrategia. El Súbase quien quiera ya no es necesario: ahora estorba: hay demasiadas alimañas dentro de la Izquierda y ahora conviene una nueva estrategia: el Vamos a sacar de la Izquierda a los corruptos.
Se empieza a decir cada día con mayor confianza que el enemigo ahora está dentro y hay que sacarlos –y por primera vez en la historia del país lograr una burocracia si no perfecta y santa, sí mayoritariamente decente y eficaz.
En la primera semana de este mayo, la presidenta envía a su partido una carta que parece indicar que comulga con la nueva estrategia, que por cierto es la que parece embonar mejor con su propia biografía.
En la carta de Claudia que se lee en el pleno del consejo del partido, se describe al cuadro deseable de Morena como a una persona primero que nada no corrupta. Es decir, alguien que no miente, no roba para sí y no traiciona.
Pero tres días después la presidenta instala como director del metro a Adrián Rubalcava, un ex priista con fama de corrupto.
¿Qué significa eso?
Por lo pronto una contradicción de parte de la presidenta: un cubetazo de agua helada sobre su propia carta de principios, que emborrona la tinta de las palabras.
¿A qué Claudia hay que creerle ahora? ¿A la de la carta o a la que pide al pueblo de México que le dé una oportunidad al Rubalcava?
Quién sabe. Es cosa para la especulación –y eso no es bueno.
La presidenta se había ganado la confianza de la gente para sus palabras, y emborronarlas y dejar su significado a la especulación es un costo político para ella.
Veremos qué pasa en adelante. Claudia no volverá a tener otra contradicción o se volverán comunes sus contradicciones. No lo sabemos.
Lo seguro por lo pronto es que Rubalcava no vale el costo.