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Por Ricardo Sevilla.
Abramos el debate sobre los corridos y los llamados “narcocorridos”.
En su larga tradición de narrar historias y eventos relevantes para la comunidad, muchas de estas piezas musicales han logrado abordar el tema del narcotráfico desde diversas perspectivas. Y, justo por eso, su impacto en la conciencia pública es multifacético y, con frecuencia, contradictorio.
Hoy, el tema de prohibir (o no) los narcocorridos asoma y respinga la nariz en la discusión pública.
Y, precisamente por eso, hay que abordar el tema desde un ángulo más riguroso. De entrada, es justo reconocer que algunos corridos narran hechos reales o basados en la realidad del narcotráfico, mencionando lugares, personajes y eventos específicos.
Sí lo vemos desde el punto de vista periodístico, está manera de contar puede exponer a la audiencia a una faceta de la vida que de otra manera podría ser desconocida, ofreciendo una ventana a un mundo oculto y violento.
Y aquí vale la pena hacer un alto. Porque no se trata de un asunto baladí. Y le digo por qué: al abordar el narcotráfico, hay canciones –propiamente: letras– que han logrado evidenciar la complejidad social y económica que rodea el fenómeno del narcotráfico, incluyendo la pobreza, la falta de oportunidades y la búsqueda de poder y riqueza.
Y, aunque se trata de piezas menos comunes, hay corridos –narcocorridos, para usar el término recién acuñado– que también narran las historias de víctimas del narcotráfico o las consecuencias negativas de esta actividad, como la violencia, la corrupción y la desintegración social.
Estas narrativas, vista desde un ángulo sociológico, pueden generar empatía y conciencia sobre el lado oscuro del narcotráfico.
Pero, lamentablemente, a la industria musical, depauperada, eso es lo que menos le interesa; hoy lo que cunden son las agrupaciones que celebran, loan y dedican homenajes al narcotráfico, a la delincuencia y a la violencia. Y esos son los que, francamente, habría que sancionar.