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Eduardo López Betancourt
Rosario Ibarra de Piedra y Rosario Piedra Ibarra, son dos mujeres unidas por lazos familiares, pero, con trayectorias muy diferentes. La primera es una luchadora incansable por los Derechos Humanos en México, dedicó su vida a la búsqueda de justicia y verdad, dejando un legado de valentía y determinación, mientras que la segunda, su hija, ha sido criticada por su desempeño como Presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), por su falta de preparación y capacidad para liderar. Además, su desempeño ha sido cuestionado por su torpeza y falta de solidez.
La CNDH fue creada para proteger y promover los Derechos Humanos, sin embargo, por muchos es considerada inservible. Ante los hechos, la reelección de Rosario Piedra podría empeorar la situación, convirtiéndola en la “enterradora” de esta Comisión, sin duda algo especialmente trágico, considerando que su madre habría depositado esperanzas en que la Comisión pudiera hacer una diferencia en la lucha por los Derechos Humanos y, que en México sigue siendo un tema urgente que debería ser un faro de esperanza, pero, bajo la dirección de Rosario Piedra, se ha convertido en un obstáculo.
Para cambiar esta situación, es fundamental que el líder de la CNDH sea un personaje ajeno al gobierno, respetable y de bien, que no esté condicionado por intereses políticos. Este modelo ha funcionado en países nórdicos y en Israel, donde la independencia de la Comisión ha permitido una verdadera defensa de los Derechos Humanos.
La Comisión debe sufrir un cambio fundamental, alejándose de la designación de altos cargos gubernamentales y acercándose al nombramiento por organismos no gubernamentales serios y responsables, solo así podrá recuperar su credibilidad y eficacia.