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Por Jorge Gómez Naredo
La semana pasada, la Cámara de Diputados aprobó la reforma judicial. Ahí, Morena y sus aliados tienen mayoría calificada y fue relativamente fácil. Además, durante el debate, las participaciones de quienes estaban en contra de la reforma fueron lamentables. No dieron argumentos y esgrimieron ideas erróneas, que evidenciaron que no habían leído bien la reforma o que simplemente no la han querido entender.
La reforma ahora está en el Senado, donde a Morena y sus aliados les falta un voto para tener la mayoría calificado, pero se espera que algún legislador de la oposición vote a favor. Es decir, es muy probable que se apruebe ahí.
Si así pasa, la reforma se enviaría a los congresos locales. Si estos la aprueban, que es algo muy probable, se aprobaría y sólo faltaría que el presidente la publicara en el Diario Oficial de la Federación.
Es, pues, muy probable que la reforma judicial se apruebe, y con ello habrá un cambio de raíz en el Poder Judicial. Algo que hace falta, pues es un poder no sólo opaco, sino que está carcomido por la corrupción.
Los de oposición afirman que la elección de jueces, magistrados y ministros no eliminará la corrupción en el Poder Judicial, y que, al contrario, abrirá la posibilidad a que grupos de poder ilegal (como el narcotráfico) se apoderen de la impartición de justicia. Además, indican que Morena, con su gran capacidad de movilización, cooptará a todos los jueces y el Poder Judicial quedará en manos del Ejecutivo.
Estas críticas son absurdas. La elección popular de jueces, magistrado y ministros desarticulará todas las mafias y grupos corruptos que hoy controlan el Poder Judicial, y permitirá que el pueblo pueda participar en ese poder donde no tiene incidencia.
Así pues, la reforma judicial es algo que México necesita urgentemente, y va por buen camino. Pronto, seguramente, se aprobará. Es una buena noticia para nuestro país.