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Por Jorge Gómez Naredo
Venezuela ha sido, durante más de 20 años, gobernado por la izquierda. Quizás, si ese país no hubiera tenido las reservas más importantes de petróleo en el mundo, el quién lo gobernara no tendría ningún. Pero no es así.
Estados Unidos ha buscado, durante años, desestabilizar a los gobiernos de izquierda de Venezuela para imponer administraciones de derecha que obedezcan todo lo que se dicte desde Washington. Para nadie es un misterio que los gobiernos de Estados Unidos odiaban al expresidente Hugo Chávez, quien no sólo no obedecía lo que se dijera desde el norte, sino que representaba la dignidad de los pueblos de América Latina.
En este proceso electoral en Venezuela, Estados Unidos han buscado por todos los medios posibles hacer presidente al candidato de la derecha. Y, ante el triunfo de Nicolás Maduro, buscan convencer a la gente de que en las elecciones en Venezuela hubo fraude. A tanto ha llegado este intervencionismo que ya reconocieron como presidente al candidato Edmundo González, quien no fue declarado triunfador por las instituciones electorales de Venezuela.
Ante ello, el gobierno de México pugna porque se respetan los resultados, y el presidente López Obrador rechazó el injerencismo estadounidense. El viernes pasado, afirmó: “hacemos un llamado respetuoso a todos los gobiernos para que no haya intervencionismo. Ningún gobierno está autorizado, no es legal, no es legítimo, el emitir un fallo dando perdedor o ganador a un candidato de otro país. ¡Qué es eso! Si no hay un gobierno del mundo. Eso no tiene que ver con la democracia, ni con el respeto a la independencia, a la libertad, a la soberanía de los pueblos”.
La postura de México sobre Venezuela ha sido la de un respeto a las instituciones electorales de aquel país, y a la autodeterminación de los pueblos. Al rechazar el intervencionismo estadounidense, el presidente no sólo está defendiendo la soberanía de Venezuela, sino de todos los países del continente.
Y eso es algo que da orgullo.
