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Por Eduardo López Betancourt
Un auténtico sainete fue el proceso electoral de Venezuela, país que desde hace años padece la atroz dictadura de Nicolás Maduro, un remedo de Hugo Chávez, quien, a su vez imitaba a Fidel Castro.
En los azares del destino, Chávez se hizo de poder, inició un gobierno populista y encontró en los pobres sus mejores aliados, pero jamás les permitió salir de ese nivel, por el contrario, propició la escasez y Venezuela, poseedor de gran riqueza, particularmente petrolera, “de la noche a la mañana” se encontró entre las naciones de la región más afectadas económicamente. Chávez fue un demagogo que mostró absoluto desinterés por mejorar a su pueblo. Decenas de miles de venezolanos de todos niveles sociales han huido de su tierra, enfrentándose al exilio.
Hoy por hoy, Venezuela está en ruinas y sin duda será difícil que salga del drama en tanto sea gobernada por Maduro, quien, entendamos, jamás dejará el poder. Sus incondicionales aseguran que ganó con el cincuenta y un por ciento de los votos, “algo más falso que una moneda de tres pesos”; al afirmar tal triunfo, fue evidente la prudencia de los “maduristas”, ya que, bien pudieron hablar de un porcentaje mayor a favor del tirano. Ante los hechos, Venezuela pierde, manteniendo a un mal gobernante.
La tierra de la canción “Alma llanera”, tendrá que resplandecer, se lo deseamos todos aquellos que como en mi caso, cotidianamente asistimos a eventos culturales que mostraban el bienestar de la nación hermana. Los venezolanos que ahora han tenido que huir, deberán regresar para destituir del poder al personaje que mantiene amordazada y encadenada a la bella tierra de Rómulo Gallegos y del patriota, libertador, Simón Bolívar.
