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Recientemente Donald Trump fue ungido candidato del Partido Republicano, al evento llegó con un parche gigantesco en la oreja por el terrible atentado que sufrió y al final se mostró cuál es, exhibicionista a más no poder, saturado en muecas de superioridad y evidente desprecio para quien le escuche. Su protagonismo no tiene límites, se mantiene endiosado frente a un público que está dispuesto a aplaudirle sus “complejos de superioridad”, así como todas las sandeces que en pocos minutos es capaz de pronunciar.
Como es su costumbre, ofende a mexicanos, centroamericanos y en general a todos los que en su derecho desean emigrar a tierras del Tío Sam; nos acusa de criminales, violadores y ahora, hasta de que les quitamos el trabajo a los latinos legales en Estados Unidos, a los negros y que afectamos a los miembros de sindicatos.
Al final, los planteamientos de Trump no son nada nuevo, como el insistir en cerrar la frontera con su famoso muro; además, cuando fue mandatario “obligó” al gobierno mexicano a que enviara precisamente a las fronteras de los estados del sur, particularmente en Chiapas, a la Guardia Nacional, situación que provocó desagrado con nuestros vecinos países de centro y Sudamérica. Trump sigue y seguirá siendo el mismo atrabancado, violento, grosero y antimexicano.
Lo único que ha sido grato de su discurso, es que está en contra de las conflagraciones, así mostró su repudio para los casos de Ucrania y Gaza, eventos perversos que ha propiciado el actual Presidente, Joe Biden. En el caso de Ucrania es absurdo un conflicto entre hermanos, concretamente el que tiene con Rusia y en el de Gaza, se trata de un genocidio. Esperamos que Trump cumpla con acabar con esas malvadas guerras.
Por Eduardo López Betancourt