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Echados en la hamaca | La universidad como feudo: Caso Coahuila

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ANTONIO ATTOLINI

La Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), una institución que debería ser un faro de pluralidad y democracia interna, enfrenta un momento crítico en su historia. La reciente elección de un candidato único a la rectoría, Octavio Pimentel Martínez, pone de manifiesto una práctica que, lejos de ser una excepción, parece ser la norma en la administración de esta casa de estudios: el uso faccioso y autoritario de la rectoría.

Esta situación no es nueva. Recordemos el caso de Salvador Hernández Vélez, quien antes de ser rector de la UAdeC, ostentó cargos políticos de relevancia dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), incluyendo el de presidente del partido y diputado federal. Esta intersección entre la política partidista y la administración universitaria es un claro indicio de cómo se entrelazan los intereses políticos con los académicos, menoscabando la independencia y la pluralidad que deberían caracterizar al espacio universitario.

La elección sin oposición de Pimentel Martínez a la rectoría, bajo el pretexto de un “plebiscito”, no es más que una muestra del contubernio persistente entre ciertos sectores políticos y la dirección de la UAdeC. Este tipo de prácticas autoritarias aniquilan la vida interna de la universidad, restringiendo la diversidad de pensamiento y la participación democrática de estudiantes, profesores y trabajadores.

La universidad, por definición, debería ser un espacio de debate, de confrontación de ideas, de diversidad y de democracia. Sin embargo, cuando la dirección de la institución se convierte en un feudo político, estos principios fundamentales se ven gravemente comprometidos. La falta de competencia en las elecciones rectorales no solo limita la posibilidad de elegir entre diferentes proyectos académicos y administrativos, sino que también refleja una alarmante falta de interés por fomentar un ambiente de participación activa y crítica dentro de la comunidad universitaria.

Es imperativo que la comunidad de la UAdeC —estudiantes, académicos y trabajadores— exija y trabaje por un cambio en este modelo de gestión. La universidad debe recuperar su autonomía, liberándose de las ataduras de cualquier partido político o grupo de interés. Solo a través de la instauración de verdaderos procesos democráticos internos, donde la pluralidad y la diversidad de opiniones sean la norma y no la excepción, podrá la UAdeC volver a ser un espacio de libre pensamiento y desarrollo académico y social.

La tarea no es fácil, pero es necesaria. La historia nos ha mostrado que las grandes transformaciones comienzan con el cuestionamiento de las prácticas existentes y con la lucha incansable por ideales de justicia y democracia. La UAdeC tiene la oportunidad de ser un ejemplo de estos cambios, pero para ello, su comunidad debe estar dispuesta a defender y exigir la universidad que merecen y necesitan.

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