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Arreando al elefante | La caída de Vargas Losa

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RICARDO SEVILLA

Esta semana el escritor peruano (nacionalizado español) Mario Vargas Llosa anunció que había decidido dejar su tribuna en el periódico El País.

Vargas escribió en esa publicación progre durante 33 años. Y se jacta, el petulante.

En su última columna, con actitud de viejo solemne y pedante, Mario decidió dar consejos sobre periodismo, tema del que no sabe un bledo.

Vargas apuntó que “decir mentiras, manipular, es fácil, pero tarde o temprano queda en evidencia”. Y ¿sabe qué? Tiene toda la razón. Lo malo es que arroja piedras sobre su propia cabeza.

Ciertamente, decir mentiras y esparcirlas es el recurso de falsarios, hipócritas y embusteros. Y eso es precisamente lo que ha hecho Vargas y el periódico El País.

Pero no sólo eso. Vargas y ese periódico han demostrado estar del lado de una élite política, de una élite intelectual y de una élite periodística que, desde décadas, miente y manipula.

El autor de “El elogio de la madrastra” aconseja a los jóvenes que digan y defiendan su verdad, “coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente”.

¿Pero de qué habla Vargas? Si siempre se obligó a coincidir con la postura de los directores de El País. El peruano siempre concordó con el polémico empresario, periodista y (mediocre) escritor Juan Luis Cebrián, director fundador de El País.

Vargas jamás cuestionó que su amigo Cebrián, por ejemplo, fuera hijo de Vicente Cebrián, uno de los más fieros y recalcitrantes defensores del franquismo.

Vargas dice que en el periodismo siempre quedará la evidencia. Y así es. Al final, siempre quedarán los datos duros, los hechos comprobables.

Y los hechos nos dicen que Vargas tomó la (mala) decisión de poner su literatura al servicio del neoliberalismo. El peruano, que ya tenía un lugar bien conquistado en el boom latinoamericano, al lado de García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, prefirió adscribirse al grupo mediocre grupo de intelectualoides que encabeza el chayotero Enrique Krauze.

Es triste ver cómo el autor de “Quién mató a Palomino Molero” decidió terminar su carrera atacando a AMLO, paseando con Sergio Sarmiento y recibiendo el dinero (malhabido) del usurero Ricardo Salinas Pliego.

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