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ANTONIO ATTOLINI
En el circo ideológico actual de la política Argentina, la izquierda militante se erige como el juez supremo de la pureza política. Exigen credenciales de pureza ideológica tan inalcanzables que incluso los santos se sonrojarían de envidia. Mientras ellos debaten con fervor en sus torres de marfil, el mundo real sigue girando, ajeno a sus delirios utópicos.
¿Por qué prefieren no votar antes que apoyar a un candidato imperfecto? ¿Por qué la candidata de la izquierda Myriam Bergman —la cual obtuvo el quinto lugar con un marginal 2.70% de los votos— niega su apoyo a Milei pero TAMBIÉN a Sergio Massa? Por mediocres. ¿qué han logrado con su inmovilidad? Nada más que permitir que los extremistas prosperen mientras ellos se regodean en su autoproclamada pureza. Como muestra, la Argentina, pero es un fenómeno que sucede en todo el mundo donde los movimientos nacionales y populares se confrontan con el resurgimiento del fascismo.
La realidad es que la política práctica es un campo de batalla donde las ideologías se encuentran y se entrelazan. No hay lugar para la pureza absoluta. Exigir que los candidatos cumplan con cada punto de un manifiesto ideológico es un ejercicio fútil y estéril. En lugar de avanzar hacia un mundo mejor resolviendo problemas concretos en el aqui y en el ahora, se quedan atascados en un ciclo interminable de críticas y purgas internas.
Mientras tanto, los enemigos de la libertad y la igualdad se aprovechan de esta parálisis autoinfligida. Los nazis y supremacistas están encantados de ver a la izquierda dividida y desorientada, incapaz de unirse para detenerlos. Su inmovilismo es música para los oídos de aquellos que desean sembrar la discordia y el odio.
Es hora de despertar del sueño dogmático y abrazar la realidad pragmática. La política es el arte de lo posible, no un concurso de pureza ideológica. A veces, es necesario hacer alianzas incómodas para evitar que los peores elementos lleguen al poder. No se trata de traicionar principios, sino de reconocer que el mundo real está lleno de matices y complejidades.
Así que, queridos militantes de la izquierda (de Argentina y del mundo), dejen de mirar desde las alturas y sumérjanse en las luchas reales de las personas comunes.
Dejen de lado su arrogancia intelectual y reconozcan que la política es un juego de estrategia donde a veces es necesario ceder para avanzar. No se trata de abandonar sus convicciones, sino de ser lo suficientemente valientes para enfrentar el mundo tal como es, no como desearían que fuera.
En última instancia, la verdadera pureza ideológica radica en la capacidad de traducir las creencias en acciones tangibles que mejoren la vida de las personas. Dejen de lado sus demandas inalcanzables y unan fuerzas para construir un frente unido contra el odio y la intolerancia. El tiempo apremia y el mundo no espera a los puristas.