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Manifiesto | El partido del régimen

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Abraham Mendieta 

Cualquiera que se haya desconectado de la política mexicana en los últimos cinco años, ya no entendería nada. Al inicio del sexenio del presidente López Obrador, el PRI y el PAN habían retrocedido considerablemente, pero aún podían presumir que gobernaban más de la mitad del país con sus ejecutivos locales. Especialmente el PRI, que con todo y el tsunami obradorista de 2018, mantenía el control de 12 gubernaturas que representaban casi la mitad de los habitantes del país.

Al día de hoy, ese PRI que fue todopoderoso, y que explicaba la política mexicana en su conjunto, gobierna tan solo 3 entidades federativas: Durango, que lo ganó el año pasado, Coahuila, y Estado de México, ambas en disputa en menos de un mes. Haciendo números, el PRI gobierna aún la nada desdeñable cantidad de 22 millones de mexicanos entre estos tres estados, sin embargo, todo parece indicar que al menos, el 75% del poco poder territorial que les queda, lo perderán en tres semanas, pasando a gobernar uno, o tal vez dos estados, que sumarían unos 5 millones de habitantes, en sus mejores pronósticos.

El Estado de México no es solo la entidad con mayor presupuesto público de todo el país, es también, por consiguiente, la más poblada, con sus 17 millones de habitantes que han sufrido por casi un siglo el poder multifamiliar de una élite extremadamente egoísta. Decir que el Grupo Atlacomulco ha vivido del presupuesto público es quedarse muy cortos: los terrenos, los medios de comunicación, la obra pública, las licencias, las concesiones… y por supuesto, el erario, que es más que la fuente de principal de sus robos: es el motor que hace posible que todos sus negocios funcionen.

También el negocio de la política. Cuando el próximo 4 de junio, la candidata priísta Alejandra del Moral le entregue a los suyos una derrota electoral, habrá dejado inmóvil a la oposición, que contaba con los casi 3 millones de votos que normalmente acarrean, compran y condicionan en las elecciones presidenciales.

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