25 lecturas
Abraham Mendieta
Desde la llegada de López Obrador a la Presidencia de la República ha ocurrido un fenómeno apasionante en la conversación colectiva: la política ha permeado en las pláticas más cotidianas y ha llegado a millones de mexicanos y mexicanos que nunca habían sentido mayor interés por lo que es de todas y de todos.
En teoría política se dice que la virtud principal de aquello a lo que con ignorancia y desprecio se llama “populismo”, es que desborda de pueblo la discreta puerta de la política. Y eso molesta muchísimo a quienes siempre se han creído dueños únicos de la voz pública.
Ciertamente, para construir este clima democrático, ayuda tener a un Presidente que todas las mañanas rinde cuentas, escucha cuestionamientos, y discute abiertamente con distintas ideas y propuestas, pero también confronta con un actor político que gusta mantenerse poco visible: los intereses de ciertos medios de comunicación.
De esta manera, es más sencillo que las coyunturas que preocupan a la ciudadanía lleguen a noticieros y portadas, pues para ser justos, hay que reconocer que los medios de comunicación, con honrosas excepciones, no se transformaron con la misma rapidez con la que se transformó la conversación, el espectro partidista o la agenda pública.
Un sector importante del establishment mediático, especialmente el televisivo y el radiofónico, no supo adaptarse a la falta de credibilidad generalizada tras décadas de un modelo político que premiaba silencios, complicidades, y negocios.
Y sin embargo, las excepciones que hoy dan voz a quienes no somos voceros del capital, nos muestran como sociedad que vamos por el buen camino.