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Abraham Mendieta.
Desde el inicio del sexenio de López Obrador, la oposición intentó construir una narrativa potente pero mal ejecutada, que buscaba restarle a la Cuarta Transformación el apoyo de quienes votaron por Morena más por hartazgo con el viejo régimen, que por convencimiento con las propuestas del hoy presidente. Y de inmediato, algunos de sus otrora intelectuales salieron públicamente a decir: “yo voté por AMLO, pero así no”, como si su voto tuviera un mayor valor que el de los otros 30 millones de mexicanos que también sufragaron en las urnas el proyecto que hoy el mandatario está cumpliendo.
Ese pequeño grupo simuló sorprenderse con los proyectos iniciados por López Obrador, como el nuevo aeropuerto, el Tren Maya, o la Guardia Nacional, como si estos proyectos no hubieran aparecido en el programa de gobierno por el que juran haber votado.
Pero esa narrativa mal instalada tiene un trasfondo preocupante y anti político: el interés de que la gente que por primera vez se interesó en la política tras décadas de decepciones, se convenza nuevamente de que “todos son iguales”, y abandone su participación política para que unos pocos, los de siempre, vuelvan a secuestrar lo político y repartirse lo público.
¿Y por qué si era una narrativa tan potente no les funcionó? Porque Andrés Manuel nunca soltó a su base social, y no solo les cumplió política y socialmente con los apoyos y proyectos prometidos, sino que afortunadamente se obstinó en politizar a diario, informando a la gente desde la Mañanera, explicando por qué toma las decisiones que toma, y cuáles son los intereses de quienes se oponen o resisten a las transformaciones, y de paso, formando e impulsando a nuevos cuadros para continuar con su proyecto. De Morena, emanará el próximo gobierno en 2024, y quién llegue después de AMLO no debe olvidar que la decepción es el mayor enemigo de la buena política
