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Ana María Vázquez
Hacía años que no iba a ese lugar, años en los que huía como muchos a los que el dolor nos marcó volviéndonos vulnerables; escribí sobre ello en incontables ocasiones y a momentos, el mirar las fotos de aquellos tiempos hacía que la herida de mi corazón volviera a sangrar. Fue inevitable, llegó el momento en que tuve que volver a poner los pies en ese sitio, mi mente se llenó de flashes de gente corriendo, rostros de espanto, cuerpos en el suelo.
Seguían ahí y yo tuve que forzar el paso para avanzar, ese también era un día “soleado”, pero
muy diferente al de entonces, la plaza aún gritaba pidiendo justicia, pero nadie parecía escuchar; la gente paseaba a sus perros, jóvenes iban y venían
en patineta y en un extremo, el mitin, pequeño
pero significativo, de nuevo estudiantes que al igual que 54 años antes y en el mismo lugar, hablaban
de la corrupción en la universidad. El cielo estaba despejado y casi podía escuchar de nuevo los helicópteros. Bajé la cabeza y ví en el suelo las huellas de unas manos juveniles pintadas en amarillo, en algún momento fueron rojas, pensé agradeciendo que el tiempo no hubiera borrado nada.
Frente a mí, una caricatura de Díaz Ordaz vestido de militar ordenaba la masacre colgaba de un edificio.
Fue él, fue Echeverría, fue el Estado… fue el Ejército, pensé.
El mitin terminó y al cierre, hubo un pase de lista por otros desaparecidos, los 43. También como entonces, fue el Estado y el Ejército; las masacres que se han cernido contra el pueblo, contra jóvenes e indígenas han estado siempre marcadas por el dedo del estado; del Halconazo, a Aguas Blancas, Atenco, la Guerra Sucia… callar al pueblo ha sido la consigna y para ello el poder, como quiera que lo llames ha usado la represión, el asesinato, la desaparición…y las masacres.
Salí casi huyendo esa “soleada tarde” de la
Plaza de las Tres Culturas, me urgía volver al “mundo real”, ese que te ofrece la protección de la computadora o el celular, para pensar menos, para que duela menos y para volver a anestesiar el dolor.
Pero esa noche de nuevo volvió la pesadilla en la que solo escuchaba la misma voz de un joven gritando “fue el Ejército, fue el Estado…otra vez”.