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Ricardo Sevilla
Después de permanecer tres años en el penal de Santa Martha Acatitla, Rosario Robles salió de prisión y, alzando el puño en un ademán que sintetizó sensacionalismo y melodrama, aseguró que no defraudará a las personas que confiaron en ella y que demostrará que es inocente de los delitos que se le imputan.
La exfuncionaria federal que, como sabemos, está bajo investigación por su presunta participación en una red de desvío de recursos públicos que engloba a universidades estatales, según reveló la investigación periodística conocida como la “Estafa Maestra”, fue liberada por la Fiscalía General de la República.
Es curioso, por decirlo con un eufemismo, que la FGR atendiera tan rápidamente la solicitud de Rosario Robles para que se fuera a su casa “por razones de edad y enfermedad”. Por aquí y por allá se repite que eso no supone la inocencia de la mujer que trabajó de la mano de Cuauhtémoc Cárdenas y de Enrique Peña Nieto. Eso es correcto.
Pero también es cierto que la institución que encabeza Alejandro Gertz Manero, por alguna extraña razón, nunca ejecutó contra la exfuncionaria la orden de aprehensión que un juez le impuso por los delitos de uso de recursos de procedencia ilícita y delincuencia organizada que también se le imputan.
Rosario ahora sólo tendrá que acudir a firmar cada semana. Robles afirma, desde un periódico de circulación nacional, que hay muchas Rosarios, como ella, padeciendo cárcel y padeciendo injusticia. No. Se equivoca por completo.
En realidad, la extitular de la Sedesol, no se parece nada a ninguna de las mujeres, adultas mayores, que se encuentran en reclusión. Pocas personas, como ella, tienen los recursos para pagar una defensa millonaria que les posibilite llevar sus procesos en libertad.