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Ricardo Sevilla
Azucena Uresti sigue en el ojo del huracán. La comunicadora no deja de cometer pifias. Las horas pasan y continúa el ominoso silencio en torno al caso de Debahni Escobar. ¿Cómo negar que la cobertura informativa que esta señora dio a la muerte de la joven cuyo cuerpo fue hallado en la cisterna de un motel ha sido vil y carente de ética? ¿Por qué no ha salido a ofrecer una disculpa? ¿Por qué ha callado Uresti?
La respuesta podría ser: porque se vino abajo la versión de sus “frends” de la Fiscalía de Nuevo León, que ella difundió y respaldó con tanta vehemencia.
Ahora sabemos que, de acuerdo con la tercera autopsia, Debanhi murió de asfixia por sofocación. El informe final es categórico y refuta la primera causa de muerte: traumatismo craneal profundo. Y elabora otra: “asfixia por sofocación por obstrucción de los orificios respiratorios”.
Pero, más allá del informe, la pregunta es: ¿Cómo es que una periodista, o que se presume serlo, terminó obstruyendo la justicia? Definitivamente hay episodios que terminan revelando que hay muchos personajes siniestros usurpando el periodismo. Y este es el caso. Pero, lamentablemente, no es el único.
Infelizmente, la mentira ha suplido a la veracidad que debería existir en casi todos los medios de comunicación corporativos. ¿En qué desgraciado momento de su vida estos “periodistas” le cerraron la puerta a
la sensatez y se volvieron tan mezquinos?
Porque lo que difunden, hay que decirlo con todas sus letras, no son yerros o simples errores de perspectiva. No. Lo que están propagando son mentiras. Y eso lo hace viles mentirosos. Porque déjeme decirle
una cosa: todo mundo sabe que sólo es mentiroso aquel que deliberadamente dice lo contrario de lo que sabe que es verdad. Y yo me pregunto: ¿En qué momento llegó esta gente a gangrenar el periodismo?