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Ricardo Sevilla
Samuel García inició su gestión como gobernador acarreando una pésima reputación. Durante la contienda electoral, nunca fue el candidato puntero. El pueblo neoleonés lo despreciaba por ser un sujeto superficial y anodino. Su coach de vida era un tal Carlos Muñoz, un tipejo ramplón y clasista que después de insultar a un joven mesero, yace en el olvido.
Antes de que se celebraran las elecciones que llevaron a Samuel a la gubernatura, en Nuevo León mucha gente se decantaba por Clara Luz Flores Carrales. Pero al descubrirse que la expriísta había conocido y tomado un curso con Keith Raniere, fundador de la secta sexual NXIVM, el electorado se decepcionó de la candidata morenista. A diferencia de Flores Carrales, Tatiana Clouthier gozaba de mayor popularidad y pudo haber tenido mayores posibilidades de alcanzar la victoria en aquella contienda. Pero la política sinaloense no quiso ir por la gubernatura.
Hubo quien dijo que no la dejaron; y hubo quien aseguró que ella no mostró un genuino interés y, contra todo pronóstico, prefirió la comodidad burocrática de la Secretaría de Economía. El caso es que Samuel tuvo el camino libre (y vacío) para colarse a la gubernatura. Y ganó. Y ahí está el tipo, construyéndose problemas con bolitas de estambre que él se encarga de transformar en enormes bolas de nieve.
Pero Samuel, al que muchos apodan “el gobernatore” o el “gobernador tiktokero”, no ganó por haber esgrimido una propuesta política interesante. Tampoco ganó por ser un líder carismático. Samuel ganó porque
el electorado estaba decepcionado. Y por esa misma razón, por decepción, el pueblo podría destituirlo y echarlo. Y es que el Congreso de Nuevo León, aprovechando el descontento civil por la crisis de agua, ya
abrió la puerta para que la revocación de mandato pueda ser aplicada a Samuelito