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Ana María Vázquez
Reunidos en el museo de Antropología de la Ciudad de México y rodeados por académicos y escritores, y con sendos discursos tanto de Azcárraga Jean como de Ricardo Salinas, y más de 50 medios, se firmó el llamado Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, el entonces presidente, Felipe Calderón había iniciado ya su Guerra contra el Narco y se creó un Decálogo para que los medios no “interfirieran en el combate a la delincuencia” ya que, según Calderón, se estaba construyendo una imagen favorable de la delincuencia a partir de reproducir imágenes, entrevistas y reportajes que ilustraban la guerra que se había desatado y que masacraba más a inocentes que a cárteles.
Ahí reunidos podíamos ver a Isabel Miranda de Wallace, la favorita del sexenio; Eugenio Garza herrera, entonces presidente del Consejo Mexicano de Negocios y todos los conductores de noticieros: López Dóriga, Ciro, Denise Maerker, Ferriz de Con y como conductores del magno evento, Carlos Loret y Sergio Sarmiento.
Ese día, la prensa y los principales poderes del país, acordaron un Pacto de Silencio, ese día y por voluntad propia, se dejó de hablar de la brutal violencia, la prensa calló por decreto y en el país, por “arte de magia”, se acabaron los descabezados, los mutilados, los desaparecidos, las víctimas colaterales…
Así, las noticias y los periodistas fueron escrupulosamente censurados en el lenguaje de sus notas, sin saber o intuir que, con ello, daban paso libre a la peor guerra que jamás se tuvo en el país y de la que hasta ahora sufrimos las consecuencias.
Los medios se convirtieron en referentes de notas blancas y rosas, vivimos un “mundo feliz” por algún tiempo, ignorantes de la situación, cómplices indirectos de las masacres que aún ahora no se pueden contabilizar.
El día que los medios callaron por orden presidencial, se convirtieron en cómplices de una guerra, lo sabemos y lo saben.
Irónicamente, aun protegen y defienden a Calderón, siguen viviendo en su “mundo feliz”, esperando que tarde o temprano, regrese a llenarles los bolsillos y enmudecer su voz.