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Ana María Vazquéz 
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Voces

Disonancias | Porque me importo

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Ana María Vázquez

Apagó el teléfono, al tiempo que su perfecta sonrisa volvía a ser la mueca cotidiana que desde hace un tiempo traía marcada para si misma y su familia, la foto de las 11:15, hora en que solía saludar a sus seguidores en Instagram había sido enviada, le había costado más trabajo que de costumbre levantarse y tuvo que correr para arreglarse y quedar impecable y fresca, pero ya podía olvidarse por un momento de su cabello
perfecto, los dientes blanqueados y la iluminación adecuada para ser de nuevo ella, con su vida rota e imperfecta, de insomnios y pesadillas, la vida real que, de mostrarla, a nadie interesaría, “a la gente no le gusta lo común, se burla de lo feo y anhela lo incansable”, le habían dicho cuando buscó consejo por primera vez para convertir su sueño en realidad, volverse influencer.

No podía creerlo cuando su cuenta llegó al primer millón de seguidores, sus metas se hicieron más altas y entonces puso más atención en su ropa, su talla, la edición de sus historias y por supuesto, la vida perfecta.

Su trabajo rindió frutos muy pronto y comenzaron a llegar los cheques, los regalos de marcas famosas y el torbellino de perfecccionismo se fue haciendo más y más profundo. Ya era un trabajo y vivía bien
de él, no podía quejarse, ¿o sí?.

Los momentos en que podía ser ella se fueron haciendo más cortos y a momentos le parecía que aquella pompa de jabón que era su vida se rompería en cualquier momento y la gente descubriría que en
ella no había nada fuera de lo común, nada perfecto, que las cirugías y el bótox habían hecho parte del trabajo, que ni el lujoso departamento ni el auto último modelo existían, que los viajes al extranjero eran
montajes…su vida misma era un gran montaje.

A medida que crecía su fama, se iba haciendo cada vez más solitaria, más ermitaña, había perdido a todos sus amigos, su familia, sus cercanos.

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