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CIUDAD DE MÉXICO.– Entre el caos del Periférico Sur y la neurosis colectiva de Avenida Revolución, subiendo o bajando por Altavista, en las estrechas callejuelas perpendiculares está el empedrado del viejo barrio de San Ángel. En el justo medio entre las dos avenidas, la calle empedrada Reina cruza Avenida Altavista.
Si caminas al sur por el empedrado de Reina, lo primero que te sorprenderá es el contraste entre casas bien conservadas de casi 100 años de antigüedad, arquitectura moderna y construcciones en ruinas, abandonadas. La hierba crece entre las piedras del pavimento, una perdición en tiempo mítico. No sabes si estás en una película de Pedro Infante, una novela de Tolkien o un capítulo de La Gaviota.
Conforme el camino sigue, te das cuenta de que las casas, además de estar numeradas, están nombradas y le infunden sentido narrativo a las cosas, a la colonia. Al llegar a un cruce que parece el fin de la calle –aunque sólo sea la transformación de Reina a Árbol– te encuentras la Casa del Zacatito detrás de una tétrica cruz de piedra. El camino sigue por Árbol, pasa por una placita del lado izquierdo y al otro lado la Casa Del Nicho y su hacienda aledaña, que podría ser confundida con el palacio municipal de algún pueblo mágico.
Sobre la estrecha banqueta, las hojas de los matorrales crecen en las paredes, cubriendo el sol por tramos. Conforme te adentras te va envolviendo más y más el fenomenal silencio.
Aproximadamente 100 metros delante de Casa Del Nicho te topas con la Cerrada de Frontera. El nombre es de lo más puntual por ser el fin de la Ciudad conocida y el comienzo de un Estado completamente independiente al tiempo y a la catástrofe. Al caminar por Frontera se percibe el secreto sobre la eterna juventud de las piedras, y al fondo un altar que de noche es custodiado por un gato negro sentado sobre la imagen; detrás del umbral, la Plaza de los Arcángeles, un jardín secreto.
Celosamente custodiado por San Miguel en la esquina sur, San Gabriel al noroeste y San Rafael al noreste, también es velado por dos pastores belgas que, a pesar de su amenazante aspecto, reconocen a quien viene en paz. En primavera, las buganvilias pintan todo el panorama, aunque la mística vegetación sorprende todo el año. El silencio de la plaza incita al romance o encausa al solitario a serena introspección. Las bancas de cantera en cada esquina son sitios magnéticos para amantes y atormentados.