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Ayer, la presidenta en funciones de Morena, Yeidckol Polevnsky, llegó tarde a la toma de protesta de Miguel Barbosa como gobernador constitucional de Puebla.
Es un asunto de fondo, la esencia de lo que ha sido durante casi dos años su gestión: va muy retrasada de las expectativas ciudadanas ante la Cuarta Transformación.
Parece que Polevnsky no ha entendido que Morena, aunque apenas cumplió formalmente 5 años, es nieto de un cúmulo de movimientos sociales y políticos desde aquellos de los ferrocarrileros, médicos, enfermeras y electricistas de finales de los 1950; los estudiantiles a finales de los 1960; de la ruptura del PRI en 1987, y los fraudes electorales de 1988 y 2006.
La lucha era contra un régimen autoritario, corrupto, que dejó como saldo gran violencia, extrema pobreza, impunidad, ilegalidad.
Y una gran desigualdad social, porque un pequeño grupo de familias se apoderó de la riqueza. Con Polevnsky, Morena va retrasada de los compromisos que asumió junto con el hoy presidente López Obrador, quien con dificultades ha comenzado a cumplir algunos.
Pero siguen lejos de las grandes expectativas. Morena parece un lastre. El próximo 20 de noviembre será la elección de la nueva dirigencia de Morena.
De no haber un viraje de 180 grados, llegará en mayor descomposición: fuerte división interna, enorme descontento con la burocracia de dirigentes, imposición de candidaturas, un padrón de militantes totalmente desconfiable, incierto.