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Los funcionarios que desertan de la 4T han incurrido en el viejo chantaje: si renuncio, denuncio. ¿Quién les cree si todo estaba muy bien hasta que decidieron dimitir? Y entonces sí, resulta que todo estaba mal.
Lo denuncian públicamente en estridentes cartas de renuncia. Tratan de justificar su incompetencia. Congraciarse con los adversarios del gobierno de López Obrador. En una de esas, los rescatan a cambio de la información privilegiada que se llevaron consigo.
Ayer fue el turno de Carlos Urzúa. En su carta de renuncia a la SHCP, habla lo que públicamente calló durante más de 7 meses: que hubo discrepancias en materia económica; que se tomaron decisiones de políticas públicas sin suficiente sustento…
Hasta afirma que le impusieron funcionarios que sin conocimiento de la Hacienda Pública, según él por recomendación de personajes influyentes del actual gobierno, con un patente conflicto de interés. Así lo dice.
Pero ni en su carta de renuncia, Urzúa tuvo el valor de revelar que se refería a Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia de la República. No se atrevió tampoco a decir quién recomendó al joven que hoy es titular de la Administración de Grandes Contribuyentes del SAT. ¡Le sacó!
En realidad, Urzúa nunca fue el verdadero secretario de Hacienda. Nunca pudo con Romo; tampoco con la Oficial Mayor, Raquel Buenrostro. Y al final, hasta el subsecretario Arturo Herrera lo rebasó, pues en las últimas semanas manejaba de facto la dependencia. Así el triste caso de Urzúa.
El otro caso simíl es el de Germán Martínez (a) Germán de Troya. Dejó la dirección del IMSS a finales de mayo. En realidad abandonó la 4T porque no pudo hacer negocios con sus amigos panistas.