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BENITO JUÁREZ, Q,RRO.— Cuando la ambulancia con número 7304, de la Comisión Nacional de Emergencias, salió de la avenida 20 de noviembre para rodear la manzana 28 y frenar junto a un samán solitario, en la calle 61, tenía rato que la policía había llegado.
Una llamada anónima de algún buen samaritano solicitaba con urgencia los servicios médicos para una persona de sexo masculino, que había sido herida con un arma punzo cortante, en la región 240.
Los paramédicos metieron la camilla por un pasillo que les indicó un par de policía recargados en la patrulla. La cuartería era un alboroto de voces humanas, ladridos de perros y el lejano llanto de un recién nacido.
Recostado sobre un viejo colchón, con las manos sujetando sus tripas ensangrentadas, estaba un hombre que gemía de dolor. Mientras los paramédicos lo estabilizaban, el hombre contó su desventura.
CADA SÁBADO HACÍAN FIESTA
El calendario que les regalaron en la carnicería señalaba que era martes 9 de febrero. La joven pareja contó los días que faltaban para alcanzar el fin de semana.
Como, además, hacía mucho calor, no tardaron en coincidir de que era buena hora para beber. Si se acababan el primer cartón de cervezas, tenían tiempo para ir por otro, porque los expendios bajaban la cortina a las diez de la noche.
Los dos se ganaban la vida en trabajos que los obligaban a levantarse antes de que saliera el sol, y volver a la noche, cuando las bancas de los parques estaban desiertos.
Tampoco tenían padres, tíos, o primos que visitar o los visitaran. Ninguno de los dos era nativo de Benito Juárez. Hacía tiempo que había dejado atrás su natal Tabasco.
Por eso el sábado y domingo eran su modo de escapar de la monotonía, del duro trabajo, de la falta de árboles y horizonte.
DEL JUEGO AL HOSPITAL
Después de que fueron por el segundo cartón, comenzaron a discutir. No es que no pelearan también estando buenos y sanos, pero ya con la cebada en el cerebro, las discusiones se subían rápido a la cabeza.
Esta vez, el hombre y la mujer, en el éxtasis de los dimes y diretes, se dieron unos empujones. Al principio pareció un juego inocente, como cuando se empujan en la hora del recreo los estudiantes, o los paseantes en la playa. Entre los resoplidos por el jaloneo se oían sus risas nerviosas.
Alrededor de la joven pareja no había arena ni columpios escolares, sólo paredes mal pintadas, multienchufes con cables de aparatos electrodomésticos.
El hombre no vio, ni supo en qué momento, su compañera, tabasqueña de 21 años de edad, le hundió un filoso cuchillo en el vientre.
Él no lo podía creer. La mujer, asustada, volvió a asir el mango, pero esta vez para sacar el cebollero. Volvieron a gritar, él de dolor y ella para pedir ayuda porque empezaba a sentir remordimiento.
Los paramédicos sacaron al hombre para internarlo en un hospital, la mujer quedó en calidad de detenida.