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Por Ana María Vázquez
Escritora/Dramaturga
@Anamariavazquez
Hay gente miserable y por encima de ellos está Carlos Marín quien, en su columna de ayer
en Milenio llama “patraña” al caso de Ernestina Ascencio al avalar a la CIDH en una recomendación de la CNDH de Rosario Piedra y recomendar la reparación del daño por la muerte a consecuencia de violación tumultuaria de la indígena de 73 años, agredida por
miembros de un batallón del ejército en campamento durante la “guerra de Calderón”, y no
es por defender al ejército, tampoco por tirar el trabajo de la Comisión Nacional o la
Interamericana de Derechos Humanos sino simple y llanamente por lavarle la cara a Felipe Calderón que, sin hacer caso del dictamen oficial, declaró que la mujer había muerto a consecuencia de “gastritis crónica y desnutrición”, Marín olvida que existe el testimonio del primer médico legista que dictaminó cuidadosamente sus lesiones; Juan Pablo Mendizábal Pérez, y que por sostener su dictamen fue retirado de su cargo cuando estaba a punto de jubilarse y que ahora, por cierto, exige la restitución de sus derechos; omite también el contubernio con Fidel Herrera, entonces gobernador de Veracruz que, ante el escándalo que provocó el caso y junto con el entonces presidente de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos, José Luis Soberanes, consideraron que no era conveniente un
escándalo en el que se involucrara a militares cuando apenas hacía tres meses que había
iniciado la “guerra contra el narco” de Calderón y por si fuera poco, pretende echar por tierra
el que Regina Martínez, periodista que dio a conocer la nota y luchó por hacer justicia, fue
asesinada para que no incomodara más, ya que exhibía tanto a Fidel Herrera como los
contubernios entre el crimen organizado, el ejército, Fidel Herrera, Soberanes y por
supuesto, Calderón.
Hay pruebas de sobra que el periodista elige no ver, así como ha volteado la cara para
muchos otros casos de justicia y derechos humanos y es más fácil desacreditar a una
indígena monolingüe muerta, que enfrentarse a sus viejos patrones y aceptar lo que
realmente fue: un asesinato cometido por el ejército, silenciado por el Gobernador,
Soberanes y Felipe Calderón. No más víctimas colaterales, no más silencios, no más
contubernios y no más miserables como Marín, quien pretende, desde su columna, seguir
limpiando el polvo de los zapatos de su amo.