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Golpes, satélites y causas

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Por Juan R. Hernández

Los catorrazos del Congreso capitalino no se quedaron en el recinto legislativo: llegaron, inevitablemente, a la mañanera. En un pronunciamiento tan medido como salomónico, la presidenta Claudia Sheinbaum condenó la trifulca protagonizada por diputadas de Morena, PAN y PRI, entre jalones de cabello y golpes que poco tienen que ver con el debate democrático. “Fue un mal espectáculo”, sentenció, y no le faltó razón. La política podrá ser ríspida, pero cuando cruza la línea de la violencia se convierte en caricatura.

El llamado presidencial fue claro: quienes ocupan cargos públicos están obligados a mantener la compostura. Se puede disentir, tomar tribunas y alzar la voz, pero no los puños. En tiempos de polarización, el ejemplo pesa más que el discurso, y lo ocurrido en el Congreso de la CDMX fue todo menos ejemplar.

En esa misma conferencia matutina apareció otro tema que dejó más preguntas que aplausos. El alcalde de Álvaro Obregón, Javier López Casarín, fue mencionado por el lanzamiento de un microsatélite desarrollado junto con estudiantes mexicanos. La idea suena bien, incluso inspiradora, pero el diablo está en los detalles: ¿cuál es su alcance real?, ¿cómo se articula con el programa federal de satélites?, ¿qué beneficio concreto aporta al país? La falta de claridad amenaza con convertir un proyecto científico en simple gesto político. Sin transparencia ni coordinación institucional, la innovación corre el riesgo de quedarse en espectáculo.

En contraste, hay historias que no necesitan fuegos artificiales para trascender. Es el caso de Humberto Morgan y su libro Pequeños relatos de mi vida. Desde las bandas juveniles de los años ochenta hasta foros internacionales en Río de Janeiro, Aspen o Nueva York, su trayectoria es testimonio de cómo la calle puede transformarse en escuela y la rabia en causa. Filósofo, servidor público, activista, maestro de Kung Fu y columnista, Morgan invita a recorrer una vida dedicada a la prevención, la paz y la construcción de futuro. En tiempos de golpes y simulaciones, su historia recuerda que el verdadero cambio se construye, no se escenifica

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