50 lecturas
Por Lengua Larga
Mientras Chiapas arde, Manuel Velasco sigue caminando por el Senado como si nada, tarareando —metafóricamente— aquello de “y soy rebelde”, no contra el sistema, sino contra la rendición de cuentas. El exgobernador y hoy senador del Verde es el ejemplo perfecto de cómo en la política mexicana el pasado no pesa, estorba, y por eso se barre bajo la alfombra… verde, por supuesto.
Velasco gobernó uno de los estados más pobres del país y lo dejó más endeudado, más violento y con hospitales vacíos, pero con las cuentas “perdonadas” en un trámite exprés digno de telenovela mala. Un día pidió licencia, al siguiente volvió, y en cuestión de horas el Congreso de Chiapas le regaló una limpieza moral que ni los coros de “Sálvame”. Auditorías con miles de millones observados quedaron en anécdota. Magia pura.
Y cómo olvidar el video donde le acomoda una cachetada a un colaborador, como si el poder también incluyera licencia para humillar. Ahí no hubo “este corazón ya no quiere escuchar” ni disculpa real. Hubo silencio… y protección. Porque Velasco entendió desde joven que en México el verdadero talento no es gobernar, sino saber con quién aliarse. PRI, Verde, Morena: el orden no importa, la impunidad sí.
Ni siquiera su relación con Anahí, cuidadosamente exhibida como cuento de hadas, logró borrar el desastre. Aquello fue una copia barata y mal actuada de la estrategia Peña Nieto–La Gaviota: boda glamorosa, fotos de revista, narrativa aspiracional y la ilusión de que el espectáculo tapa el mal gobierno. Spoiler: no funcionó. Porque por más cámaras, giras y canciones pegajosas, no hubo final feliz que escondiera hospitales sin medicinas, deuda sin explicación y un estado abandonado. “Qué triste es el primer lugar”, cuando lo único que se lidera es el cinismo.
Hoy, cuando Chiapas se cae a pedazos por la violencia y la omisión, el senador mira a otro lado. No habla. No asume. No explica. Total, él ya está en otra gira. Y si alguien pregunta por los recursos perdidos o la herencia que dejó, la respuesta tácita es la misma: “otro día que va”, otra memoria que se pide olvidar.
Dicen que el amor perdona. La justicia no debería. Pero en la República del cinismo, Manuel Velasco no solo fue perdonado: fue premiado. Sigue siendo senador, sigue siendo operador, sigue siendo intocable.
Porque en su historia —como en las canciones que lo acompañaron— nadie pone freno, nadie despierta del autoengaño, y el mal desempeño no se borra: se repite por los siglos de los siglos.