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Por Gustavo Infante Cuevas
Correr un maratón es una promesa que uno se hace a sí mismo. El domingo cumplí la mía en el Maratón Internacional de California (CIM), un recorrido tan hermoso como exigente, lleno de subidas, bajadas y momentos donde las piernas pesan, pero el corazón empuja. Fueron meses de preparación, de entrenamientos interminables, de risas con mis cuates que tantas veces me acompañaron a correr cuando el amanecer todavía no llegaba. Fueron desmañanadas, sobrecargas, desgaste físico y mental… pero también una entrega total.
El domingo crucé la meta de mi primer maratón en 3:23:49, una marca mejor de la que esperaba, un tiempo que me recordó que todo sacrificio tiene sentido cuando se corre con pasión. Y si algo hizo aún más especial este logro fue ver a mis papás y a mi hermana apoyándome desde la orilla, como siempre, como en todo. También agradecerle a mi coach, a Danny por siempre guiarme y acompañarme siempre, y a mis amigos que me acompañaron en esta aventura que empezó en los entrenamientos y terminó con un sueño cumplido.
Hoy estoy feliz, orgulloso y agradecido. Este maratón no fue el final, fue apenas la primera página de lo que viene. Ahora toca respirar, celebrar, descansa… y empezar a buscar el siguiente objetivo. Porque correr, como la vida, siempre invita a ir por más.
