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Por Jorge Gómez Naredo
@jgnaredo
Durante los gobiernos neoliberales del PRIAN, el salario mínimo quedó prácticamente congelado. La élite tecnocrática insistía en que subirlo provocaría inflación. La fórmula era absurda: “si impedimos que los salarios crezcan, los precios no subirán”. Ese dogma se convirtió en la excusa perfecta para mantener a la clase trabajadora en niveles de precariedad que rayaban lo inhumano.
Mientras repetían que cualquier aumento salarial sería “peligroso”, los salarios se hundían frente al costo de vida. Según la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, en 2010 el salario mínimo era de 57.46 pesos diarios y para 2018 apenas alcanzaba 88.36. Ocho años y solo 31 pesos de aumento. El golpe fue devastador: millones de personas vieron evaporarse su poder adquisitivo mientras el discurso neoliberal seguía prometiendo una prosperidad que jamás llegó.
Todo cambió cuando Morena asumió el gobierno. Desde 2019, la Cuarta Transformación desterró el tabú neoliberal y decidió que el salario mínimo debía servir para vivir, no para sobrevivir. Los incrementos fueron firmes y constantes:
2019: 102.68 pesos; 2020: 123.22; 2021: 141.70; 2022: 172.87; 2023: 207.44; 2024: 248.93; 2025: 278.80; 2026: 315.
En apenas siete años, el salario mínimo pasó de 88.36 pesos a más de 278 -y llegará a 315 en 2026-. Más de 190 pesos de aumento real. Un giro total frente a los gobiernos del PRIAN.
La recuperación del poder adquisitivo no es un dato abstracto: ha reducido la pobreza, impulsado el consumo interno y fortalecido la economía. La 4T apostó por la dignidad salarial y demostró que mejorar las condiciones de vida no destruye la economía; al contrario, la mueve y la activa. El mito neoliberal se derrumbó en cuanto se le puso a prueba con políticas que colocan a las mayorías en el centro.
Hoy México avanza hacia un modelo donde el crecimiento se sostiene por la gente y no a costa de ella. Eso, le pese a quien le pese, es uno de los logros más claros, profundos y trascendentes de la 4T.