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Por Lengua larga
Ay, queridos lectores, hoy les traigo una historia digna de una telenovela de bajo presupuesto, pero financiada —eso sí— con sus impuestos, los míos y los de todos los mexicanos.
Nuestro protagonista es Jorge Armando Rocha, mejor conocido como “el hijo de”, porque mérito propio, lo que se dice mérito propio… pues todavía no se le encuentra.
Resulta que el joven heredero del micrófono llegó como director del Canal del Congreso, rindió protesta, se tomó la foto, sonrió bonito… y luego desapareció. Literal.
Desde que asumió el cargo, solo se le ha visto tres veces en su oficina. Tres. No más. No menos. Tres apariciones, como si fuera una mezcla entre cameo involuntario y leyenda urbana.
Dicen por ahí que no le ha caído el veinte de que ya es funcionario público, que cobra un sueldo bastante jugoso por cierto, y que ese dinerito no viene del aire: viene de nuestros impuestos.
Pero al parecer Rocha sigue pensando que dirige no un canal legislativo, sino su canal de YouTube, donde sí aparece diario, opinando, gritando, editorializando y —lo más importante para él— monetizando.
Porque si algo deja claro este señor, es que trabajar para el pueblo qué flojera, pero trabajar para el algoritmo de YouTube ¡eso sí que es vocación!.
Mientras los trabajadores del Canal del Congreso cuentan las horas sin jefe, sin indicaciones y sin rumbo claro, Rocha anda muy ocupado subiendo videos, revisando vistas, viendo si ya le pagaron sus dólares del mes y presumiendo imparcialidades que nadie le pidió.
Pero qué bonito es vivir en un país donde uno puede cobrar como funcionario, pero trabajar como influencer.
Eso sí: cuando haya que rendir cuentas, seguro volverá a aparecer… como en sus tres únicas visitas a la oficina: de entrada por salida, para que no digan que no fue.
Bienvenido a la nueva era del servicio público, donde ni se sirve ni se trabaja, pero eso sí, se monetiza.