Visitas
REDACCIÓN
En San Rafael Chamapa, en Naucalpan, el ambiente cotidiano se ha tornado espeso y silencioso. El nombre de Kimberly Hilary Moya, la joven de 16 años desaparecida el pasado 2 de octubre, aparece en cada conversación, en cada esquina y en cada mirada inquieta.
La comunidad vive con la sensación permanente de que algo se rompió en su entorno, una fragilidad que expone a todos. “Es como si nos hubieran arrancado la tranquilidad”, expresa doña Elena, vecina de toda la vida, mientras observa los carteles de búsqueda que cubren bardas y postes.
El recorrido que Kimberly hizo aquel día, unos minutos entre una papelería, un helado y su casa, se ha vuelto un símbolo doloroso de la vulnerabilidad que sienten hoy los habitantes.
Padres que antes daban libertades mínimas a sus hijos ahora viven en alerta. “Salimos con miedo, regresamos con miedo. ¿Cómo se vive así?”, cuestiona Alberto, padre de una menor que estudia en la misma zona. La preocupación colectiva crece con cada día que pasa sin noticias, alimentada por la incertidumbre y la sensación de abandono.
Para la familia de Kimberly, el tiempo se ha vuelto un enemigo cruel. Su madre, Jacqueline González, ha encabezado una búsqueda imparable, sostenida por el amor y por la negativa a aceptar la desaparición como destino.
A su lado, vecinos, amigos y voluntarios han recorrido colonias, distribuido volantes y realizado caminatas en su nombre. A pesar de que dos personas han sido vinculadas a proceso, la comunidad insiste en que eso no resuelve lo esencial. “No nos interesa cuántos arrestos haya si ella no aparece”, afirma una amiga de la familia, con voz quebrada.
La desconfianza hacia las autoridades se ha instalado con fuerza. En reuniones y protestas improvisadas, residentes exigen que el caso sea atendido por la Fiscalía de la República.
