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Por Eduardo López Betancourt
Recientemente se dio a conocer una noticia por demás impactante: el gobierno de Evelyn Salgado Pineda, rindió homenaje a Rubén Figueroa Figueroa, conocido como el chacal del sur, quien encabezó el Ejecutivo estatal en los años setenta. Conviene recordar que fue un actor central de la llamada “guerra sucia”; cobarde como pocos y con una crueldad inaudita, persiguió y masacró a opositores políticos, especialmente a quienes formaron parte de movimientos guerrilleros, llegando incluso a arrojarlos vivos desde aviones en alta mar.
Durante algunos meses fungí como procurador y secretario de Gobierno; dimití ante sus actos salvajes y perversos. Denuncié aquellos hechos y, como consecuencia, fui perseguido, secuestrado y herido. De manera incomprensible, su hijo, Rubén Figueroa Alcocer, apodado “el Chómpiras”, hombre ignorante y sinvergüenza a más no poder, corrupto como pocos, también llegó a la gubernatura en los años 90. Fue responsable de la masacre de Aguas Blancas y terminó siendo destituido.
En cuanto a los Salgado, es de todos sabido que, ante la imposibilidad jurídica de que Félix Salgado Macedonio accediera al cargo, su hija asumió la gubernatura. En su momento apoyé como nadie ese proyecto, confiando en que representaría un cambio para Guerrero; sin embargo, no fue así. Han resultado tan corruptos, o incluso más, que sus antecesores priistas. Hoy la mandataria enfrenta múltiples señalamientos: nepotismo, amiguismo e ineficacia, elementos que configuran un estado fallido en la entidad suriana. Tanto el Poder Judicial como el Legislativo se encuentran controlados por familiares, conformando una oligarquía vergonzante que contradice abiertamente los principios proclamados por la 4T.
El hecho es contundente: Figueroa y Salgado forman parte de la misma estirpe política, caracterizada por la corrupción y la violencia contra sus adversarios. Los Figueroa y los Salgado, son coincidentes, pandilla de facinerosos, cobardes y sumamente voraces y malvados. Guerrero atraviesa uno de sus peores momentos, donde la pasividad y la indiferencia ciudadana resultan preocupantes. La entidad merece un gobierno distinto, hombres y mujeres comprometidos con metas dignas, no humillantes como las que hoy padecen los guerrerenses. Actualmente, el estado ocupa los últimos lugares en materia de seguridad, educación y salud, mientras el desgobierno deja tras de sí una estela de horror, corrupción y criminalidad creciente.